Pues que dejamos expuesta la vida de Licurgo y la de Numa, teniéndolos a ambos a la vista, aunque la empresa es difícil, no hemos de rehusar el confrontar las diferencias de uno a otro, porque los rasgos de semejanza, en las mismas obras resplandecen: a saber, su prudencia, su piedad, su ciencia política, su cuidado de la educación y el tomar uno y otro de los dioses únicamente el principio de su legislación. De lo bueno que particularmente brilló en cada uno, lo primero en Numa es el modo de adquirir el reino, y en Licurgo el modo de restituirlo; porque aquel lo obtuvo sin apetecerlo, y éste, teniéndolo, lo devolvió. A aquel los extraños, de particular y forastero que era, lo erigieron en su señor, y éste, de rey, a sí mismo se convirtió en particular. Es, pues, muy glorioso adquirir el reino precisamente por ser justo; pero es más glorioso todavía mostrar que en más que el reinar se tiene la justicia: porque al uno la virtud lo distinguió hasta el punto de que se le tuviera por digno de reinar; y al otro lo hizo grande hasta el extremo de saber despreciar un reino. Es lo segundo que templaron ambos sus liras en opuestos tonos, como que el uno atirantó las cuerdas en Esparta, que estaba viciada y dada al regalo; y el otro aflojó lo que había en Roma de sobrado y de excesivamente enérgico; en lo que se ve que la mayor dificultad de la obra estuvo contra Licurgo, porque no propuso a sus ciudadanos que se dejasen de cotas y espadas, sino que se despojasen del oro y de la plata, y arrojasen lejos de sí los paños ricos y las mesas; ni que dando de mano a la guerra anduvieran en fiestas y sacrificios, sino, por el contrario, que dejando las cenas y banquetes, trabajaran y se afanasen en el manejo de las armas y en los ejercicios de la palestra. Así, el uno vino al cabo de todo con sola la persuasión, siendo muy amado y respetado; cuando el otro apenas, corriendo riesgos, y siendo maltratado, pudo salir con su intento. Fue, sí, muy dulce y humana la musa de Numa, que de costumbres indómitas y fogosas transformó y redujo a cultura a sus ciudadanos; por tanto, si se nos precisase a tener por institución de Licurgo lo que se hacía con los Hilotas, cosa cruelísima y la más injusta, habríamos de decir que Numa había sido un legislador mucho más benigno, el cual aun a los reconocidos por esclavos les hizo gustar los honores de la libertad, acostumbrándolos a comer confundidos con sus amos en los Saturnales; porque se dice haber sido también ésta una de las leyes patrias de Numa, que quiso llamar una vez en el año a la participación de los frutos a los que eran colaboradores en el cultivo; aunque otros, siguiendo las fábulas, dicen haber sido éste un recuerdo que se salvó de aquella igualdad de la edad de Saturno, cuando nadie era esclavo ni señor, sino que todos se miraban como parientes e iguales entre sí.