Los primeros a quienes ocurrió la idea de comparar las artes a los sentidos me parece que a lo que principalmente atendieron fue a la facultad de formar juicio, con al que nos es dado discernir igualmente los contrarios en uno y otro género: porque en esto es en lo que convienen; mas diferéncianse en el referir a un fin lo juzgado y discernido. Porque el sentido no es más bien facultad de percibir lo blanco que lo negro, lo dulce que lo amargo, lo blando y que cede que lo duro y que resiste, sino que su misión es, tropezando con cada cosa, ser de todas movido y moverlas a todas, para trasladarlas a la inteligencia según la impresión que le han hecho; pero las artes, dirigidas por la razón a la elección y consecución de su objeto propio, y a la repulsión y fuga de su contrario, lo primero lo examinan por su misma institución y de propósito, y lo segundo por accidente; porque si la medicina atiende a la enfermedad y la música a la disonancia, es para conseguir mejor la ejecución de los contrarios. Las más perfectas de todas las artes, a saber, la templanza, la justicia y la prudencia, no solamente juzgan de lo honesto, de lo justo y de lo útil, sino también de lo perjudicial, de lo torpe y de lo injusto; y no celebran la simplicidad que se complace en no tener experiencia de los vicios, sino que la tienen por necedad y por ignorancia de aquellas cosas que importa sobre todo conocer a los que se proponen vivir bien. Los antiguos Espartanos hacían a los hilotas en sus festividades beber vino destempladamente, y después los introducían en sus banquetes para que los jóvenes vieran por sus ojos la deformidad de la embriaguez; mas nosotros no tenemos por muy humano ni por muy político el procurar la corrección de unos por medio del desorden y la destemplanza de otros; creemos, sí, que de los que más se abandonaron, y en un gran poder y grandes negocios manifestaron una insigne maldad, puede quizá convenir que introduzcamos una o dos parejas para que también sus vidas sirvan de ejemplo; no a fe por el placer y diversión de variar nuestro cuadro, sino a la manera de lo que ejecutaba Ismenias de Tebas, que haciéndoles a sus discípulos oír a los que tañían bien la flauta y a los que la tañían mal, les decía después: “Así se ha de tocar”. Y a la inversa: “Así no se ha de tocar”. Antigenidas creía que los jóvenes oirían con más gusto a los buenos flautistas después de haber oído a alguno malo; pues del mismo modo me parece a mí que nos dedicaremos con más ardor a observar e imitar las vidas ordenadas y buenas si no carecemos del conocimiento de las viciosas y vituperadas. Contendrá, pues, este libro las vidas de Demetrio Poliorcetes y de Antonio el Triúnviro, muy propios ambos para confirmar la máxima de Platón de que los caracteres extraordinarios así llevan los grandes vicios como las grandes virtudes. Siendo ambos igualmente dados al amor, bebedores, belicosos, dadivosos, magníficos e insolentes, fueron también semejantes en los sucesos de fortuna; pues no sólo en vida consiguieron grandes victorias y tuvieron grandes descalabros, hicieron dilatadas conquistas, y las perdieron, y habiendo caído de un modo inesperado, por otro inesperado se levantaron, sino que perecieron también, el uno cautivo por sus enemigos y el otro estando muy próximo a que le sucediera lo mismo.