Estaba de tal modo pendiente de aquella mujer, que, siendo les fuerzas de tierra aquellas en que considerablemente se aventajaba a su contrario, se decidió por el combate naval a causa de Cleopatra; y eso que veía que por falta de marinería arrebataban los capitanes de navío en la oprimida Grecia a los viajeros, arrieros, segadores y a todo joven, y que ni aun así estaban bien tripuladas las naves, y sólo con gran dificultad y trabajo se sostenían en el mar. César, que con naves no equipadas por el aparato y la ostentación, sino ágiles, prontas y bien provistas y tripuladas, ocupaba con su armada a Tarento y Brindis, envió a decir a Antonio que no se perdiera tiempo, sino que viniera con todas sus fuerzas; pues él proporcionaría a su armada radas y puerto contiguos, y con su propio ejército se retiraría dentro de Italia la carrera de un caballo, hasta que el mismo Antonio hubiera hecho su desembarco y acampándose con toda seguridad. Antonio, contestando a una fanfarronada con otra, lo envió a desafiar, sin embargo de que él era más viejo; y si esto no le acomodaba, le proponía que combatieran en Farsalo con sus ejércitos, como antes lo habían hecho César y Pompeyo. Adelantóse César, mientras Antonio se hallaba surto en Accio en el sitio en que ahora está edificada Nicópolis, a pasar el Mar Jonio y ocupar una aldea del Epiro, llamada Torine. Como esto suscitase grande revuelta y alboroto entre las gentes de Antonio, porque su ejército estaba muy rezagado, Cleopatra, haciendo de chistosa, dijo: “¿Qué mucho que haya esta revuelta, si César se ha apoderado del cucharón?”