Este feliz suceso, por más que los Romanos estaban en la costumbre de hacer intervenir a la divinidad en las cosas de alguna importancia, creyeron que enteramente fue obra del general, y entre los mismos que se hallaron en la batalla se dijo desde luego que los enemigos habían llegado cojos y ciegos, y punto menos que muertos por Publícola al filo de sus espadas. Adelantó también mucho en riqueza la ciudad en esta ocasión con el botín y con los cautivos. Publícola, habiendo triunfado y entregado el mando a los cónsules que para sucederle se eligieron, al cabo de muy poco falleció, después de una vida colmada, hasta donde es dado aspirar, de todos los que se juzgan bienes y prosperidades. El pueblo, como si nada hubiera hecho por él durante su vida, sino que todavía le estuviese muy alcanzado en gratitud, decretó que a expensas públicas se diese sepultura a su cuerpo, llevando cada uno en su honor un cuartillo; y las matronas por sí mismas trajeron un año entero por tan esclarecido varón un luto tan honroso como envidiable. Sepultósele, por resolución de los ciudadanos, dentro del recinto de la población, hacia la llamada Velia, concediendo participar de la misma sepultura a su descendencia. Ahora no se entierra nadie en ella, y lo que hacen es llevar el cadáver a aquel punto, y depositándole en él, se le arrima un hacha encendida, retirándola luego, con lo que se da a entender que se tiene el derecho, pero se renuncia a aquel honor, y con esto luego se llevan el cadáver.