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Luego que estuvo de vuelta, hechas las referidas hazañas, se dedicó al punto a restablecer y murar la ciudad, ganando con dinero a los Éforos, para que no se opusiesen, según dice Teopompo; pero, según otros, usando de artificio. En efecto: pasó a Esparta, titulándose embajador, y reconviniéndole los Esparciatas de que amurallaban la ciudad, de lo que también le acusaba Poliarco, enviado ex profeso de Egina, lo negó, y dijo que enviaran a Atenas personas que lo viesen; dando largas con esto para que se adelantase la obra, y juntamente con la mira de que en su lugar tuviesen los Atenienses en su poder aquellos enviados. Consiguió lo que se proponía, porque con haberse enterado los Lacedemonios de la verdad, en nada le ofendieron, sino que le dejaron ir incomodados ocultamente con él. Entonces fortificó el Pireo, habiendo observado que era el más cómodo de los puertos, volviendo la ciudad toda hacia el mar, y siguiendo en cierta manera una política contraria a la de los antiguos reyes de los Atenienses. Porque éstos, según se dice, con la intención de apartar del mar a los ciudadanos y acostumbrarlos a vivir sin embarcarse, plantando y cultivando el terreno, refirieron la fábula de Atenea, que, como contendiese con ella Posidón sobre el país, salió vencedora con haber mostrado a los jueces el olivo. Temístocles, pues, no juntó el Pireo con la ciudad, que es la expresión del cómico Aristófanes, sino que arrimó la ciudad al Pireo, y la tierra a la mar, con lo que el pueblo se hizo más poderoso contra los principales, y tomó orgullo, pasando la autoridad a los marineros, a los remeros y a los pilotos. Por esto, la tribuna que se puso en el Pnix estaba mirando al mar; pero luego los Treinta la volvieron hacia el continente, teniendo por cierto que el mando y superioridad en el mar era origen de democracia, y que los labradores eran menos difíciles con la oligarquía.

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