21

Cargando, pues, aquellas con las más principales y preciosas de las cosas sagradas, huyeron, retirándose al otro lado del río. Por allí también, entre los que huían, iba Lucio Albino, uno de la plebe, llevando en un carro sus hijos, todavía niños, su mujer y las cosas más precisas, y cuando vio a las vírgenes que llevaban en el seno las cosas sagradas, yendo a pie, y sin nadie que las sirviese, inmediatamente bajó del carro a su mujer, los hijos y los muebles, y lo entregó a aquellas para que se subiesen en él y se retiraran a alguna de las ciudades de la Grecia. Habiendo, pues, dado Albino tal prueba de su religión y piedad hacia los Dioses en momentos de tanto riesgo, no sería razón que le pasáramos en silencio. Los sacerdotes de los demás Dioses, y los hombres ancianos señalados por sus consulados y sus triunfos, no teniendo corazón para dejar la ciudad, se vistieron las ropas sagradas y de ceremonia, y precedidos del Pontífice Máximo, Fabio, hicieron plegarias a los Dioses, consagrándose en víctimas de expiación por la patria; y así adornados se sentaron en medio de la plaza, en sus sillas de marfil, aguardando la suerte que les amenazaba.

Share on Twitter Share on Facebook