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Al año siguiente afligió a Roma una enfermedad epidémica, en la que de la muchedumbre perecieron gentes sin número, y la mayor parte de los magistrados. Murió también Camilo, si se atiende a su edad y a lo bien que llenó sus ideas, tan en sazón como el que más; pero, sin embargo, su muerte fue más sensible a los Romanos que las de todos cuantos fallecieron en aquel contagio.

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