Ni sólo este fruto sacó Pericles de su comunicación con Anaxágoras, sino que parece haberse hecho con ella superior a la superstición, que infunde terror en los efectos meteóricos y naturales a los que ignoran sus causas, y en las cosas divinas, a los que con ellas deliran, y se asustan por falta de experiencia; pues la ciencia física la disipa inspirando, en lugar de una superstición tímida y vana, una piedad sólida, acompañada de las mejores esperanzas. Cuéntase que trajeron una vez a Pericles la cabeza de un carnero que no tenía más de un solo cuerno, y que Lampón el adivino, luego que vio el cuerno fuerte y firme que salía de la mitad de la frente, pronunció que, siendo dos los bandos que dominaban en la ciudad, el de Tucídides y el de Pericles, sería de aquel el mando y superioridad en el que se verificase aquel prodigio; pero Anaxágoras, abriendo la cabeza, hizo ver que el cerebro no llenaba toda la cavidad, sino, que formaba punta como huevo, yendo en disminución por toda aquella hasta el punto en que la raíz del cuerno tomaba principio. Por lo pronto, Anaxágoras fue muy admirado de los que se hallaron presentes; pero de allí a poco lo fue también Lampón, cuando, desvanecido el poder de Tucídides, recayó en Pericles todo el manejo de los negocios públicos. Mas a lo que entiendo, ninguna oposición o inconveniente hay en que acertasen el físico y el adivino, y que atinase aquel con la causa, y éste con el fin; siendo de la incumbencia del uno el examinar de dónde y cómo provenía, y del otro, pronosticar a qué se dirigía y qué significaba. Los que son de opinión de que el hallazgo de la causa es destrucción de la señal no reparan en que juntamente con las señales de las cosas divinas quitan las de las artificiales y humanas: el ruido de los discos, la luz de los faros, la sombra del puntero de los relojes de sol, cada una de las cuales cosas por artificio y disposición humana es signo de otra. Mas esto quizás es más bien asunto de otro tratado que del presente.