No se acababa por la ley el ostracismo, para los que sufrían, esta especie de destierro, hasta los diez años; pero en este medio tiempo los Lacedemonios invadieron el territorio de Tanagra, y marchando al punto los Atenienses contra ellos, Cimón, volviendo de su destierro, tomó las armas, y formó con los de su tribu, queriendo purgar con obras la sospecha de laconismo peleando al lado de sus conciudadanos; pero los amigos de Pericles se agruparon, y lo hicieron desechar como desterrado. Por esto mismo pareció que Pericles peleó en aquella ocasión con mayor denuedo, y se distinguió sobre todos, poniendo a todo riesgo su persona. Perecieron allí los amigos de Cimón, todos a una, a los que Pericles había acusado también de laconismo; y los Atenienses llegaron ya a arrepentirse y echar menos a Cimón, viéndose vencidos en las mismas fronteras del Ática, y esperando más violenta guerra todavía para el verano. Echólo de ver Pericles, y no sólo no tuvo dificultad en dar gusto a la muchedumbre, sino que él mismo escribió el decreto por el que Cimón había de ser restituido; el cual, luego que volvió, hizo la paz entre ambas ciudades, porque los Lacedemonios le miraban con inclinación, así como estaban mal con Pericles y con los demás demagogos. Algunos son de sentir que no se decretó por Pericles la restitución de Cimón, sin que antes se hiciera entre ambos, por medio de Elpinice, hermana de éste, un tratado secreto: de modo que Cimón daría al punto la vela con doscientas galeras para mandar fuera las tropas, y a Pericles le correspondería quedar con el mando en la ciudad. Parece que ya antes la misma Elpinice había suavizado para con Cimón el ánimo de Pericles cuando aquel tuvo que defenderse en la causa capital. Era Pericles uno de los acusadores, elegido por el pueblo, y habiéndosele presentado Elpinice en clase de suplicante, sonriéndose le respondió: “Vieja estás, Elpinice, vieja estás para salir adelante con tales asuntos”; mas con todo, sola una vez se levantó a hablar, no más que por cumplir con su nombramiento; y luego se retiró, habiendo sido de los acusadores el que menos incomodó a Cimón. ¿Pues quién con esto podrá dar crédito a Idomeneo, que acusa a Pericles de que habiéndose hecho amigo del orador Efialtes, y sido ambos de un mismo modo de pensar en las cosas de gobierno, por celos y por envidias dolosamente lo hizo asesinar? Yo no sé de dónde pudo recoger estos rumores para achacarlos como hiel a un hombre que, si no fue del todo irreprensible, tuvo un espíritu generoso y un alma apasionada por la gloria, con los que no es compatible una pasión tan cruel y feroz, y respecto de Efialtes, lo que hubo fue que, habiéndose hecho temer de los oligarquistas, y siendo inexorable para tomar venganza y perseguir a los que molestaban al pueblo, sus enemigos le armaron asechanzas, y ocultamente le quitaron de en medio por mano de Aristódico de Tanagra, como lo refiere Aristóteles. Cimón, en tanto, mandando la escuadra, murió en Chipre.