Después de esto, como estuviese ya fermentándose la guerra del Peloponeso, persuadió al pueblo que enviaran auxilio a los de Corcira, molestados con guerra por los de Corinto, y que se anticiparan a tomar una isla poderosa en fuerzas marítimas, mientras todavía los del Peloponeso no se les acababan de declarar enemigos. Decretado por el pueblo aquel auxilio, dio el mando a Lacedemonio, hijo de Cimón, con solas diez naves, como para desacreditarle, porque había sido siempre la casa de Cimón afecta a los Lacedemonios; por tanto, para que si Lacedemonio durante su mando no hacía nada notable y digno, incurriera todavía más en la sospecha de laconismo, le dio tan pocas naves y le hizo marchar mal de su agrado. Estaba además repugnando siempre a los hijos de Cimón, como que aun en los nombres no eran legítimos Atenienses, sino extranjeros y huéspedes, llamándose uno Lacedemonio, otro Tésalo y otro Eleo, y todos ellos parece que fueron tenidos en una mujer árcade. Hablábase mal contra Pericles a causa de estas diez galeras, porque siendo pequeño socorro para los que le pedían daba grande pretexto de queja a los contrarios; envió, por tanto, a Corcira más naves, las cuales llegaron después del combate. A los Corintios, indispuestos ya por estas causas con los Atenienses, y que los estaban acusando en Lacedemonia, se agregaron los de Mégara, dando la queja de que eran excluidos de todo mercado y de todos los puertos donde dominaban los Atenienses, contra el derecho de gentes y lo convenido por juramento entre los Griegos. También los Eginetas, que se creían agraviados y ofendidos, se lamentaban al oído ante los Lacedemonios, no atreviéndose a acusar abiertamente a los Atenienses. Al mismo tiempo, Potidea, ciudad sujeta a los Atenienses, aunque colonia de los Corintios, habiéndose rebelado, y hallándose sitiada fue otra causa que precipitó la guerra. Con todo, se enviaron embajadores a Atenas y el rey de los Lacedemonios, Arquidamo, procuraba traer a concierto los capítulos de acusación, templando también a los aliados, y por los demás motivos no se hubiera roto la guerra con los Atenienses, si se les hubiera podido persuadir que abrogasen el decreto contra los de Mégara y se reconciliasen con ellos; y como Pericles, obstinado en su oposición a los Megarenses, hubiese sido el que más resistencia hizo y el que más acaloró al pueblo, de aquí es que a él sólo se le hizo causa de esta guerra.