Después de desconcertados así los Lacedemonios, nombrado Alcibíades general, inmediatamente hizo a los de Argos, de Mantinea y de Elea aliados de los Atenienses; y aunque nadie alababa el modo, se celebraba lo más maravilloso de su hazaña; siendo muy grande la de haber separado y conmovido casi puede decirse a todo el Peloponeso y opuesto en un día junto a Mantinea tantas tropas a los Lacedemonios y haberles ido a llevar el combate y el riesgo a tan grande distancia de Atenas, que con la victoria nada ganaron, y si hubiesen sido vencidos, era difícil que Lacedemonia hubiera vuelto en sí. Después de esta batalla intentaron los Quiliarcos de Argos disolver la democracia y sojuzgar la ciudad; y aun los Lacedemonios que acudieron contribuyeron a la ejecución de aquel designio; pero tomando las armas la muchedumbre, recobró la superioridad, y sobreviniendo Alcibíades, además de hacer más segura la victoria del pueblo, persuadió a éste que dilatara la gran muralla, y que poniéndose en contacto con el mar acercara enteramente su ciudad al poder de los Atenienses. Trajo asimismo de Atenas arquitectos y canteros, y se les mostró del todo interesado por ellos, ganando de este modo favor y poder, no menos para sí mismo que para su patria. Persuadió de la propia manera a los de Patras que con murallas prolongadas arrimaran su ciudad a la mar, y como alguno dijese a los Patrenses: “Los Atenienses se os tragarán”, “Puede ser, repuso Alcibíades; mas será poco a poco y por los pies; mientras que los Lacedemonios lo harían por la cabeza y de una vez”. Aconsejaba al propio tiempo a los Atenienses que ellos se pegaran más a la tierra, exhortándolos a confirmar con obras el juramento que en Agraulo prestan los jóvenes; y lo que juran es que la frontera del Ática será para ellos el trigo, la cebada, las viñas y los olivos, dando a entender que tendrán por propia principalmente la tierra cultivada y fructífera.