Uno de los presos y encarcelados por aquella causa fue el orador Andócides, a quien Helanico, escritor contemporáneo, hace entroncar con los descendientes de Ulises. Era reputado Andócides por desafecto al pueblo y apasionado de la oligarquía, y, sobre todo, en el crimen de la mutilación le había hecho sospechoso el grande Hermes, ofrenda que la tribu Egeide había consagrado junto a su casa; porque de los pocos que había sobresalientes entre los demás, éste solo había quedado sano; así, aun ahora se denomina de Andócides, y así lo llaman todos, no obstante que la inscripción lo repugna. Ocurrió asimismo que entre los muchos que por aquel delito se hallaban en la cárcel, trabó Andócides amistad e intimidad con otro preso llamado Timeo, que si no le igualaba en la fama y opinión le aventajaba en penetración y osadía. Persuadió éste a Andócides que se delatase a sí mismo y a algunos otros en corto número; porque al que confesase se había ofrecido la impunidad, y si para todos era incierto el éxito del juicio, para los que tenían opinión de poder era muy temible; por tanto, que era mejor mentir para salvarse que morir con infamia por el mismo delito; y aun atendiendo al bien común, valía más con perder a unos pocos de dudosa conducta, salvar al mayor número y a los hombres de bien de la ira del pueblo. Con estos consejos y exhortaciones convenció Timeo por fin a Andócides, y haciéndose denunciador de sí mismo y de otros, consiguió para sí la inmunidad conforme al decreto; pero los que por él fueron denunciados, a excepción de los que pudieron huir, todos murieron. Para ganarse más crédito, comprendió Andócides en la delación a sus propios esclavos, mas no con esto desfogó el pueblo toda su rabia; por el contrario, libre ya de los mutiladores de Hermes, como con una ira que había quedado ociosa, se convirtió todo contra Alcibíades. Últimamente envió en su busca la nave de Salamina, bien que encargando, no sin gran cautela, que no se le hiciese violencia ni se tocase a su persona, sino que se le hablara blandamente, dándole orden de ir a Atenas para ser juzgado y satisfacer al pueblo, porque temían un tumulto y una sedición del ejército en tierra extraña, cosa que a Alcibíades, a haber querido, le hubiera sido muy fácil de ejecutar, pues con su ausencia desmayó mucho aquel, temiendo que en las manos de Nicias iría larga la guerra y experimentaría dilaciones fastidiosas faltando el aguijón que todo lo movía, por cuanto, aunque Lámaco era belicoso y valiente, carecía de dignidad y respeto, por su pobreza.