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Al día siguiente, habiéndose presentado Marcio y concurrido gran muchedumbre ante el cónsul, subió éste a la tribuna, y hecha de los Dioses la debida conmemoración por tamañas prosperidades, volvió ya a Marcio su discurso. Hizo de él en primer lugar un magnífico elogio, habiendo sido espectador de muchas de sus acciones en la batalla, y habiéndole informado Marcio de las demás; y luego, habiendo sido muy grande la presa en riquezas, en caballos y en hombres, le dio orden de que tomase de cada especie de cosas diez. antes de hacerse la distribución a los demás, y separadamente por prez del valor le regaló un caballo enjaezado. Aprobáronlo los Romanos; pero Marcio, adelantándose, respondió que el caballo lo recibía, y le eran muy gratos los elogios del general: pero en cuanto a las demás cosas, mirándolas más bien como salario que corno honor, las renunciaba, contento con entrar como uno de tantos al reparto: con todo, que una sola gracia especial pedía y les rogaba se la otorgasen. “Tenía, dijo, entre los Volscos un huésped y amigo, hombre de probidad y moderación: éste ha sido ahora hecho prisionero, y de rico y feliz que antes era, ha venido a ser esclavo; mas entre tantos males como le agobian, de uno sólo es menester aliviarle, que es de ser vendido en la almoneda”. Al oír tal propuesta todavía fue mayor la gritería de todos en loor de Marcio, y muchos los que admiraron más su desprendimiento en punto a intereses, que su ardimiento en los combates: de manera que aun a aquellos en quienes había algo de emulación y envidia por los distinguidos honores que se le tributaban les pareció digno de los mayores premios, por el mismo hecho de rehusarlos; y en más tenían la virtud con que los despreciaba, que no aquella con que los había ganado; porque es más laudable saber usar bien de las riquezas que de las armas, y más glorioso que el usar bien de aquellas el no desearlas ni haberlas menester.

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