Mas como a la cogujada no puede faltarle moño, según Simónides, ni tampoco al gobierno popular calumniador, tomaron por su cuenta a Timoleón estos dos alborotadores Lafistio y Deméneto. Pedía Lafistio que diese fianzas en cierta causa, y él no permitió a los ciudadanos que se alborotaran y se lo impidieran, diciendo que había llevado con gusto tantos trabajos y peligros para poner a los Siracusanos en estado de que el que quisiera pudiera usar de las leyes. Deméneto le acusaba en la junta pública de muchos capítulos por cosas de su mando; mas nada le contestó, y solamente dijo que estaba muy reconocido a los Dioses por ver a los Siracusanos en posesión de la libertad que tanto les había deseado. Obró, pues, sin contradicción más grandes e ilustres hazañas que ninguno de los Griegos antes de él; no hubo quien le aventajase en aquellas acciones a cuya práctica suelen los sofistas excitar en sus panegíricos a los Griegos: de los males que en lo antiguo afligieron a la Grecia, debió a su fortuna el que le hubiese sacado puro y sin mancha: a los bárbaros y a los tiranos les hizo experimentar su valor y su pericia, como a los Griegos, y a todos sus amigos su justicia y su mansedumbre: erigió a sus ciudadanos muchos trofeos de otros tantos combates, que no les costaron lágrimas ni lloros; y en ocho años aún no cabales entregó la Sicilia a sus habitantes, libre de sus envejecidos y como nativos males. Entonces, ya siendo anciano, empezó a decaer de la vista, que del todo perdió de allí a poco, no porque hubiese dado causa a ello embriagado con su fortuna, sino, a lo que parece, por una enfermedad de familia que con la edad concurrió a este accidente; pues se dice que no pocos de los que eran sus deudos por linaje perdieron del mismo modo la vista, acortándoseles por la vejez. Atanis refiere que fue en el campamento, durante la guerra contra Hipón y Mamerco en Milas, donde empezó a acortársele la vista, no dudándose ya de que iba a perderla: mas que con todo no por eso alzó el sitio, sino que continuó la guerra hasta apoderarse de los tiranos; y que luego que volvió a Siracusa, depuso inmediatamente el mando, pidiendo la relevación a los ciudadanos, en vista de que ya los negocios habían sido llevados al más feliz término.