Grande era la contienda contra éstos; y en ella Marco, el hijo de Catón, yerno de Emilio, que había dado pruebas del mayor valor, perdió la espada. Como era propio de un joven instruido en muchas ciencias, y que a su gran padre era deudor de hechos correspondientes a una gran virtud, teniendo por la mayor afrenta que vivo él quedara una prenda suya en poder de los enemigos, corre la línea y donde ve algún amigo o deudo le refiere lo que le ha sucedido y le pide auxilio. Reúnensele muchos de los más esforzados, y rompiendo con ímpetu por entre los demás, bajo la guía del mismo Marco, se arrojan sobre los contrarios. Retirándolos con muchas heridas, y dejando el sitio desierto y despejado, se dedican a buscar la espada. Aunque con gran dificultad, halláronla por fin escondida bajo montones de armas y de cadáveres, con lo que alegres y triunfantes cargan con mayor denuedo sobre aquellos enemigos que aún resistían. Finalmente, los tres mil escogidos, manteniendo su puesto y peleando siempre, todos fueron deshechos; hízose en los demás que huían terrible carnicería, tanto, que el valle y la falda de los montes quedaron llenos de cadáveres, y los Romanos, al pasar al día siguiente de la batalla el río Leuco, vieron sus aguas teñidas todavía en sangre. Dícese que murieron más de veinticinco mil; de los Romanos perecieron, según dice Posidonio, ciento, y según Nasica, ochenta.