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Perseo marchó huyendo de Pidna a Pela, habiéndose salvado de la batalla casi todos los de a caballo; mas como los alcanzase la infantería, empezólos a denostar por cobardes y traidores, derribándolos de los caballos y dándoles de golpes; por lo que, temeroso de aquel alboroto, sacó el caballo del camino, y quitándose la ropa de púrpura para no ser conocido, la puso en la grupa, y la diadema la tomó en sus manos; y habiendo hablado a sus amigos sin parar de andar, echó pie a tierra y tomó el caballo del diestro. De aquellos, uno empezó a fingir que se aseguraba el zapato que se le había desatado; otro, que daba de beber al caballo; otro, que tenía sed, y yéndole dejando de esta manera, a toda prisa lo abandonaron, no tanto por temor de los enemigos, como de su crueldad. Agitado con tantos males, procuraba echar a todos, apartándola de sí, la culpa de aquella derrota. Entró, ya llegada la noche, en Pela; y como al recibirle Eucto y Euleo, que eran los encargados del tesoro, le hicieran algunas reconvenciones sobre lo sucedido, y le hablaran y aconsejaran tan franca como inoportunamente, montó en cólera y dio por sí mismo muerte a ambos con su espada; con lo que nadie quedó a su lado, fuera de Evandro de Creta, Arquedamo de Etolia y Neón de Beocia. De los soldados siguiéronle los Cretenses, no tanto por afición como por golosina de sus riquezas, al modo que las abejas a los panales. Porque era mucho lo que llevaba y lo que presentó a la codicia de los Cretenses para robarlo, en vasos, fuentes y demás vajilla de plata y oro, hasta la suma de cincuenta talentos. Pasó primero a Anfípolis, y de allí después a Galepso, y como se le hubiese desvanecido un poco el miedo recayó nuevamente en el más antiguo de sus vicios, que era la avaricia; quejóse, pues, con sus amigos, de que neciamente había abandonado a los Cretenses algunas de las brillantes alhajas de Alejandro el Grande, exhortando a los que las tenían, no sin ruegos y lágrimas, a que las cambiaran por dinero. Los que le conocían bien no dudaron que aquello era cretizar con los Cretenses; mas ellos cayeron en el lazo, y entregándolas, se quedaron sin nada, porque no les dio el dinero; y aun tomó prestados de los amigos treinta talentos, los mismos que de allí a poco habían de ocupar los enemigos y con aquellos navegó a Samotracia, donde, fugitivo, se acogió al templo de los Dioscuros.

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