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Lo que se deja dicho es cuanto nos ha parecido digno de referirse acerca de Marcelo y de Pelópidas; mas entre las cosas que les fueron comunes por naturaleza y por hábito, siendo por ellas justamente contrapuestos, pues ambos fueron valientes, sufridos, fogosos y de grandes alientos, parece que sólo se encuentra diferencia en que Marcelo hizo derramar sangre en muchas de las ciudades que subyugó, mientras que Epaminondas y Pelópidas a nadie dieron muerte después de vencedores, ni esclavizaron las ciudades; y aun de los Tebanos se dice que no habrían tratado así a los Orcomenios, si éstos hubiesen estado presentes. Entre las hazañas de Marcelo, las más admirables y señaladas tuvieron lugar contra los Galos, y fueron haber ahuyentado tan inmensa muchedumbre de infantería y caballería con los pocos caballos que mandaba, lo que no se dirá fácilmente de ningún otro general, y haber dado muerte por su mano al caudillo de los enemigos; y en igual caso Pelópidas no salió con su intento, sino que fue cautivado por el tirano, recibiendo daño en vez de causarlo. Con todo, a aquellas proezas pueden muy bien oponerse las batallas de Leuctra y Tegiras, sumamente ilustres y celebradas. Por lo que hace a victoria conseguida por medios ocultos e insidiosos, no tenemos de Marcelo ninguna que sea comparable con la alcanzada por Pelópidas, cuando después de su vuelta del destierro dio en Tebas muerte a los tiranos; hazaña que sobresalió mucho entre cuantas se han ejecutado en tinieblas y con asechanzas. Aníbal, enemigo terrible, fatigaba a los Romanos, al modo que a los Tebanos los Lacedemonios, y es cosa bien cierta que Pelópidas los venció y puso en fuga en Tegiras y en Leuctra; pero Marcelo ni una sola vez venció a Aníbal, según dice Polibio; sino que éste parece haberse conservado invencible hasta Escipión. Sin embargo, nosotros damos más crédito a Livio, César y Nepote, y de los Griegos al rey Juba, que refieren haber Marcelo derrotado y puesto en fuga algunas veces a las tropas de Aníbal, bien que estos descalabros no tuvieron nunca gran consecuencia, pareciendo que era una falsa caída la que experimentó el africano en estos encuentros. Fue ciertamente admirable, más de lo que alcanza a imaginarse, aquel que después de tantas derrotas de ejércitos, de tantas muertes de generales, y de haber estado vacilante todo el poder de Roma, infundió ánimo en los soldados para hacer frente. Y éste, que al antiguo miedo y terror sustituyó en el ejército el valor y la emulación, hasta no ceder fácilmente sin la victoria, y antes disputarla y sostenerse con aliento y con brío, no fue otro que Marcelo; porque acostumbrados antes a fuerza de desgracias a darse por bien librados si con la fuga escapaban de Aníbal, los enseñó a tenerse por afrentados si sobrevivían al vencimiento, a avergonzarse si un punto se movían de su puesto, y a apesadumbrarse si no salían vencedores.

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