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Ni de uno ni de otro de estos ilustres varones puedo alabar la muerte; antes me aflijo y disgusto con lo extraño de su fallecimiento, causándome sorpresa el que Aníbal en tantas batallas, que apenas pueden contarse, ni una vez fuese herido, así como admiro a Crisantas, que, según se dice en la Ciropedía, teniendo ya levantada la espada, y estando para descargar el golpe sobre el enemigo, como oyese en aquel momento que la trompeta tocaba a retirada, dejándole ileso se retiró con el mayor reposo y mansedumbre. Con todo, a Pelópidas le disculpa el que en el acto mismo de la batalla y con el calor de ella le arrebató la ira a que convenientemente se vengase; porque lo más laudable es que el general quede salvo después de la victoria, y si no pudiese evitar la muerte, que con virtud salga de la vida, según expresión de Eurípides; pues entonces el morir, que ordinariamente consiste en padecer, se convierte en una acción gloriosa. Además de la ira concurría también el fin de la victoria, que era a los ojos de Pelópidas la muerte del tirano, para no graduar enteramente de temerario su arrojo; pues es difícil encontrar para aquel acto de valor otro designio más brillante ni más decoroso. Mas Marcelo, sin que pudiera proponerse una gran ventaja, y sin que el ardor de la pelea le arrebatase y sacase de tino, imprudentemente se arrojó al peligro, corriendo a una muerte no propia de un general, sino de un batidor o de un centinela, y poniendo a los pies de los Iberos y Númidas, que hacían la vanguardia de los Cartagineses, sus cinco consulados, sus tres triunfos y los despojos y trofeos que de reyes había alcanzado. Así es que ellos mismos miraron con pena tal suceso, y el que un varón tan señalado en virtud entre los Romanos, tan grande en poder y en gloria tan esclarecido, se malograra de aquel modo entre los exploradores Fregelanos. No quisiera que estas cosas se tomaran por acusación de tan excelentes varones, sino más bien por un enfado y desahogo con ellos mismos y con su valor, al que sacrificaron sus otras virtudes, no teniendo la debida cuenta con sus vidas y sus personas, como si sólo murieran para sí, y no más bien para su patria, sus amigos y sus aliados. Después de muertos, del entierro de Pelópidas cuidaron aquellos por quienes murió, y del de Marcelo, los enemigos que le dieron muerte; y aunque lo primero es apetecible y glorioso, excede todavía, a la gratitud que paga beneficios, la enemistad que rinde homenaje a la misma virtud que la ofende; porque en esto no sobresale más que el honor, y en aquello lo que se descubre es el provecho y utilidad que se reportó de la virtud.

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