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Dióle esto grande confianza, saltando por encima del tribunado de la plebe, de la pretura y de la edilidad, magistraturas intermedias y propias de los jóvenes, para aspirar, desde luego, al consulado, en lo que tenía muy de su parte a los de las colonias; pero habiéndole hecho oposición los tribunos de la plebe Fulvio y Manlio, por decir ser cosa muy dura que un joven se arrojara contra las leyes a la magistratura más elevada, sin estar todavía iniciado en los primeros ritos y misterios del gobierno, el Senado dejó la decisión al pueblo, y éste le designó cónsul con Sexto Elio, a pesar de que aún no había cumplido treinta años. Cúpole por suerte la guerra contra Filipo y los Macedonios, siendo grande la dicha de los Romanos en que éste fuese así destinado a entender en negocios, y con personas que, en vez de necesitar un general que todo lo hiciese por fuerza y con armas, debían más bien ser conducidas con la persuasión y con la afabilidad de trato. Porque Filipo en su reino de Macedonia tenía el fundamento suficiente para la guerra; pero la fuerza principal para dilatarla, el auxilio, refugio e instrumento de su ejército, consistía sobre todo en el poder de los Griegos, y, sin que éstos se separasen de Filipo, la guerra contra él no era obra de una sola campaña. Hasta allí la Grecia había tenido poco contacto con los Romanos, y empezando entonces a tomar éstos parte en los negocios, si el general no hubiese sido de buena índole, valiéndose más de las palabras que de las armas, tratando con afabilidad y dulzura a cuantos se le acercaban, y manifestando mucha entereza en las cosas de justicia, no hubiera sido tan fácil que en lugar del gobierno a que estaban acostumbrados admitiesen el imperio extranjero; lo que se manifestará todavía mejor por la serie de sus hechos.

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