Intentaron los Teutones, viendo el sosiego de Mario, poner cerco al campamento; pero siendo recibidos con dardos que les disparaban desde el valladar, y perdiendo alguna gente, determinaron ir adelante, dando por supuesto que podían pasar sin recelo los Alpes. Tomando el bagaje, se pusieron al otro lado del campo de los Romanos, y entonces se vio principalmente su gran número por la tardanza y dilación del tránsito; se dice, en efecto, que gastaron seis días en pasar por el valladar de Mario andando sin parar. Iban siempre muy cerca, preguntando por mofa a los Romanos si mandaban algo para sus mujeres, porque pronto estarían a la vista de ellas. Cuando ya hubieron pasado los bárbaros y estaban a alguna distancia, levantó él también su campo, y los seguía de cerca, acampando siempre a su inmediación en puestos fuertes y ocupando los sitios más ventajosos para pernoctar con descanso. Marchando de esta manera, llegaron al lugar que se llama las Aguas Sextias, desde donde con poco que anduviesen se hallarían en los Alpes. Por lo mismo, se preparaba Mario a dar allí la batalla, escogiendo para su campamento una posición fuerte, pero que escaseaba de agua; queriendo, según decía, aguijonear con esto a los soldados; así es que, quejándose ellos mucho y haciéndole presente que tenían sed, les dijo, señalándoles con la mano un río que corría al lado del valladar de los bárbaros, que allí tenían bebida que se compraba a precio de sangre. “Pues ¿por qué- le respondieron- no nos guías ahora mismo contra ellos, mientras tenemos la sangre fresca?” Y él, con voz blanda, les contestó: “Antes tenemos que fortificar el campamento”.