Fue a este tiempo Mario llamado a la ciudad, y, pasando a ella, todos creían que triunfaría: lo que el Senado decretó con la mejor voluntad; pero él no lo tuvo a bien, o por no querer privar a sus soldados y cooperadores de aquel honor, o por dar aliento en las cosas presentes, cediendo a la fortuna de Roma la gloria de su primer vencimiento, para que ésta apareciera mis brillante en el segundo. Por tanto, con haber hecho presente lo que el caso pedía, marchó en busca de Cátulo, inspiróle confianza, e hizo venir de la Galia sus propios soldados. Llegados que fueron, pasó el Po, y se propuso arrojar a los bárbaros que se hallaban dentro de la Italia, pero éstos hacían por diferir la batalla, con ocasión de esperar a los Teutones, admirándose de su tardanza, o porque realmente ignorasen su derrota, o porque aparentasen que no la creían; así es que a los que se la anunciaron los trataron cruelmente y enviaron mensajeros a Mario a pedirle tierra y ciudades suficientes para sí y para sus hermanos. Preguntóles Mario por los hermanos, y habiendo nombrado a los Teutones, todos los demás se echaron a reír; pero Mario les dijo por mofa: “Dejaos ahora de vuestros hermanos, que ellos ya tienen tierra, y la tendrán para siempre, habiéndosela dado nosotros”. Los embajadores entonces, conociendo la ironía, se le burlaron también, diciéndole que ya llevaría su merecido, de los Cimbros inmediatamente y de los Teutones cuando viniesen. “Pues están presentes- contestó Mario- y no sería razón partieseis de aquí sin haber saludado a vuestros hermanos”; y al decir esto mandó que trajesen atados a los reyes de los Teutones, porque en la fuga habían sido tomados cautivos en los Alpes por los Sécuanos.