Mario echa entonces mano de Sulpicio, tribu no de la plebe, que no tenía segundo en las más insignes maldades; de manera que no había que preguntar si era más perverso que alguno otro, sino qué cosa era aquella para la que sobresaldría en perversidad; su crueldad, su osadía y su codicia, no había infamia ni atrocidad por la que se detuviesen, pues era hombre que descaradamente vendía la ciudadanía de Roma a los libertos y a los forasteros. percibiendo el precio en una mesa que tenía puesta en la plaza. Mantenía a su costa tres mil hombres armados, y le seguía una muchedumbre de jóvenes del orden ecuestre, dispuestos para todo, a los que llamaba Antisenado. Hizo establecer por ley que ninguno del orden senatorio pudiera deber arriba de dos mil dracmas, y él dejó deudas a su muerte por tres millones. Dióle, pues, suelta Mario para con el pueblo, y confundiéndolo todo con la fuerza y el hierro, propuso otras varias leyes perjudiciales, y con ellas la de que se diera a Mario el mando para la Guerra Mitridática. Como los cónsules hubiesen publicado ferias con este motivo, hizo marchar a la muchedumbre contra ellos, hallándose en junta en el templo de los Dioscuros, y dio muerte, además de otros muchos, al hijo del cónsul Pompeyo, en la plaza; y el mismo Pompeyo tuvo que libertarse con la huída. Sila se entró perseguido en la casa de Mario, y se vio en la precisión de salir y abrogar las ferias; por esta causa, haciendo Sulpicio revocar el consulado de Pompeyo, no se lo quitó a Sila, y sólo trasladó a Mario el mando de las tropas destinadas contra Mitridates, enviando al punto a Nola tribunos que se encargaran del ejército y se lo trajeran a Mario.