En esto, Mario, estando ya por caer prisionero, se dio a sí mismo muerte; y Sila, pasando a Preneste, al principio los juzgaba y castigaba de uno en uno; pero después, no estando de tanto vagar, los reunió en un punto a todos, que eran doce mil, y mandó que los pasaran a cuchillo, no perdonando a otro que a su huésped; pero éste le respondió, con grandeza de alma, que por amor a la vida no sobreviviría a la ruina de la patria, y mezclándose voluntariamente con sus conciudadanos pereció con ellos. Lo que pareció cosa nueva y terrible fue el hecho de Lucio Catilina, porque éste, habiendo dado muerte a su hermano cuando todavía los negocios públicos estaban indecisos, pidió después a Sila que lo proscribiese como si estuviese vivo, y lo proscribió. Para mostrarse luego agradecido a este favor, dio muerte a un Marco Mario, de la facción contraria, y llevando la cabeza a presentársela a Sila, que despachaba en la plaza, marchó desde allí al purificatorio de Apolo, que estaba cerca, y se lavó las manos.