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Luculo lo primero que hizo fue dirigirse a Cícico, donde gozó el placer y buen recibimiento que era consiguiente; y después, para reforzar su armada, recorrió el Helesponto. Llegado a la Tróade, se albergó en el templó de Afrodita, y aquella noche, después de recogido, le pareció tener presente a la diosa y que le decía: Iracundo león, ¿tú estás dormido cuando tan cerca tienes a los ciervos? Levantándose, pues, y convocando a sus amigos todavía de noche, les refirió su sueño. Al propio tiempo llegaron unos de Ilión, dándole aviso de haberse dejado ver trece galeras de cinco órdenes de las del Rey hacía el puerto de los Griegos, que se encaminaban a Lemno. Hízose sin dilación al mar y las tomó, dando muerte a Isidoro, su comandante, y en seguida fue en persecución de los demás jefes. Hallábanse sus naves ancladas, y, remolcándolas hacía tierra, peleaban desde cubierta, causando gran daño a las de Luculo, porque el lugar no permitía envolver a las de los enemigos ni tampoco combatirlas de cerca con naves a flote, mientras que éstas estaban pegadas a tierra y bien aseguradas. Con todo, por la única parte de la isla por donde había paso, aunque difícil, destacó algunas tropas escogidas, las cuales, cayendo por la espalda sobre los enemigos, a unos les dieron muerte y a otros les precisaron a cortar los cables para huir de la tierra; pero, chocando unas naves con otras, vinieron a meterse entre las de Luculo; así, fueron muchos los que perecieron y con los cautivos fue traído uno de los generales llamado Mario. Era tuerto, y se había dado desde luego la orden a los que navegaban al mando de Luculo de que no quitaran la vida a ningún tuerto, a fin de que recibieran una muerte llena de ignominia y afrenta.

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