Aconsejaban muchos a Luculo que dilatase la guerra; pero, no dándoles oídos, marchó por la Bitinia y la Galacia hacia la tierra del rey, tan desprovisto al principio de víveres, que le seguían treinta mil Gálatas, llevando cada uno una fanega de trigo al hombro; mas yendo adelante y apoderándose de todo terreno, llegó a ser tal la abundancia, que en el campamento se compraba un buey por un dracma y un esclavo por cuatro; y no teniendo todo el demás botín en ningún precio, unos lo abandonaban y otros lo destruían, pues no podía haber permutas cuando todos estaban sobrados. Mas como ninguna otra cosa hiciesen que correr y devastar el país hasta Temiscira y las regiones del Termodonte, culpaban a Luculo de que se le iban entregando las ciudades y de que, como no tomaba ninguna a viva fuerza, los privaba de poder utilizarse con el saqueo, “porque ahora- decían-, haciéndonos pasar de largo junto a Amiso, ciudad opulenta y rica, que no era grande obra el tomarla si alguno le pusiera sitio, nos conduce a los desiertos de los Tibarenos y los Caldeos, a hacer la guerra a Mitridates”. Pero en estas cosas no hacía alto Luculo ni le merecían atención, porque no creía que los soldados se propasasen al extremo de locura que después se vio, y sólo daba razón de su conducta a los que le acusaban de morosidad por detenerse tanto tiempo en ciudades y lugares de ninguna consideración, dejando que entretanto se acrecentara el poder de Mitridates. “Justamente les decía- es esto lo que yo quiero, y de intento me detengo en este país, dando lugar a que aquel se engrandezca de nuevo y reúna una fuerza respetable, para que así aguarde y no huya a nuestra llegada. ¿Acaso no veis cómo ha dejado en pos de sí, sin vestigio ninguno, unos vastísimos desiertos? Pues ya cerca de aquí está el Cáucaso y otros muchos montes espesísimos, capaces de contener y ocultar millares de reyes que hagan la guerra de montaña. De los Cabirios son bien pocas las jornadas que hay hasta la Armenia, y en ésta tiene su residencia Tigranes, rey de reyes, con tan poderosas fuerzas, que con ellas repele a los Partos del Asia, traslada ciudades griegas a la Media y se deshace de los reyes que vienen de Seleuco, llevándose robadas sus hijas y sus mujeres. Pues con éste tiene deudo Mitridates, como que es su yerno; por tanto, no es de creer que si le suplica lo abandone, sino que nos moverá la guerra; y si nos empeñamos en perseguir a Mitridates, corre peligro que traigamos sobre nosotros a Tigranes, que ya hace tiempo anda buscando motivos, y aprovechará este que se le presenta de verse en la precisión de auxiliar a uno que es rey y su pariente. ¿Pues por qué hemos de ser nosotros los que lo preparemos y los que enseñemos a Mitridates, que no lo advierte, quiénes son aquellos con quienes ha de venir a combatirnos? ¿Por qué cuando él no piensa en ello le hemos de precisar a echarse en brazos de Tigranes? ¿No es mejor que le demos tiempo para que se robustezca y refuerce con los suyos, viniéndonos a hacer la guerra con los Colcos, Tibarenos y Capadocios, a quienes hemos vencido muchas veces, que no con los Medos y los Armenios?”