Tomó los Cabirios y otras muchas fortalezas, habiendo descubierto grandes tesoros y los calabozos donde estaban presos muchos Griegos y muchas personas de la familia real, a los que, teniéndose por muertos, la magnanimidad de Luculo no les dio sólo salud, sino resurrección en cierta manera y un segundo nacimiento. Fue al mismo tiempo cautivada Nisa, hermana de Mitridates, habiendo estado su salvación en su cautiverio; pues las otras hermanas y las mujeres, que parecían estar más distantes del peligro y con seguridad en Farnacia, perecieron lastimosamente, por haber enviado Mitridates contra ellas desde su fuga al eunuco Báquides. Entre otras muchas se hallaban dos hermanas del rey, Roxana y Estatira, solteras en la edad de cuarenta años, y dos de sus mujeres, jonias de origen, Berecine de Quío y Mónima de Mileto. Era grande la fama de ésta entre los Griegos, porque, solicitándola el rey y enviándole de regalo quince mil áureos, no se dejó vencer hasta que se hicieron los contratos matrimoniales y remitiéndole éste la diadema la declaró reina. Había, sin embargo, pasado su vida en grande amargura, y se lamentaba de su belleza, porque en lugar de marido le había ganado un déspota, y en lugar de matrimonio y casa, la fortaleza de un bárbaro; y llevada lejos de la Grecia, los bienes esperados no eran más que un sueño y de aquellos verdaderos estaba careciendo. Llegado, pues, Báquides, como les intimase la orden de morir del modo que a cada una le pareciese más fácil y menos doloroso, quitándose la diadema de la cabeza, se la ató al cuello y se colgó de ella; pero habiéndosele roto inmediatamente, “¡Maldito arrapiezo- dijo-, que ni siquiera para esto me has valido!”; y después de haberla escupido y arrojádola al suelo alargó el cuello a Báquides. Berenice tomó en la mano una taza de veneno, y pidiéndole su madre, que se hallaba presente, la partiese con ella, se la alargó y bebieron ambas. La fuerza del veneno fue bastante para el cuerpo más flaco, pero no acabó con Berenice, que para su constitución no había bebido bastante, y como luchase largo rato con las ansias de la muerte, tomó Báquides por su cuenta el ahogarla. De las hermanas solteras se dice que la una bebió el veneno después de haber proferido mil imprecaciones y dicterios, y que la otra no pronunció ni una palabra injuriosa ni nada que desdijese de su origen, sino que más bien elogió a su hermano, porque en medio de sus peligros propios no las había olvidado, y antes había cuidado de que muriesen libres y sin sufrir afrentas. Todas estas cosas fueron de sumo disgusto a Luculo, que era de humana y benigna condición.