Tigranes, al principio, ni siquiera se dignó de ver a Mitridates, ni de admitirle a su audiencia, con ser un deudo suyo, despojado de tan poderoso reino, si no que le trató con ignominia y desprecio, teniéndole como en custodia en un país pantanoso y malsano; entonces, por el contrario, le envió a llamar con aprecio y benevolencia; y teniendo ambos conferencias secretas en el palacio, de los celos y sospechas que mutuamente se habían dado el uno al otro se descargaron sobre sus amigos, atribuyéndoles a éstos la culpa. Era uno de ellos Metrodoro Escepsio, varón elocuente, de grande instrucción, y que había llegado a tal grado de amistad que comúnmente se le daba el nombre de padre del rey, y habiendo sido, a lo que parece, enviado de embajador por Mitridates para rogar a Tigranes le auxiliase contra los Romanos, preguntóle éste: “Y tú, Metrodoro, ¿qué es lo que en este punto me aconsejas?” Y entonces él, bien fuera porque solo se atuviese al bien de Tigranes, o bien porque no desease que Mitridates saliese a salvo le respondió que como embajador se lo rogaba y como su consejero se lo disuadía. Refirióselo Tigranes a Mitridates en el concepto de que no le vendría mal a Metrodoro; pero él al punto le dio muerte, tomando de ello gran pesar Tigranes, sin embargo de que no tuvo toda la culpa de esta desgracia de Metrodoro, pues realmente no hizo más que dar nuevo calor a la displicencia y encono con que ya le miraba Mitridates; lo que más claramente se descubrió cuando, ocupados sus papeles reservados, se halló en ellos la orden de hacer perecer a Metrodoro. Dio Tigranes honorífica sepultura a su cadáver, no escusando gasto alguno para con un muerto a quien vivo había traicionado. Murió también en la corte de Tigranes el orador Anfícrates, de quien si hacemos memoria es sólo por consideración a Atenas. Dícese, pues, de él, que huyó a Seleucia, cerca del Tigris, donde, habiéndosele rogado que hiciese uso de su arte, los desdeñó con altanería, respondiendo que un delfín no cabe en un plato: que habiendo pasado de allí al palacio de Cleopatra, hija de Mitridates y mujer de Tigranes, se le levantó inmediatamente una calumnia; y como por ella se le prohibiese el trato con los Griegos, de hambre se quitó la vida, y, finalmente, que Cleopatra le sepultó con magnificencia, estando enterrado en Safa, que es como se llama una de aquellas aldeas.