Sabedor Luculo de estas proposiciones y de otras todavía más insolentes, tuvo que abandonar la expedición contra los Partos, y marchó otra vez contra Tigranes en lo más fuerte del estío; cuando llegó a pasar el monte Tauro, se desanimó al ver los campos todavía verdes. ¡Tanto es lo que allí se atrasan las estaciones por la frialdad de la atmósfera! Con todo, pasó adelante. y habiendo desbaratado a dos o tres jefes armenios que osaron oponérsele, impunemente corría y asolaba el país, logró apoderarse de las subsistencias que estaban recogidas para Tigranes, e hizo experimentar a los enemigos la carestía y escasez que él había temido. Provocábalos a batalla, abriéndoles fosos delante de sus mismas trincheras y talándoles a su vista el país; y como ni aun así pudiese moverlos, por lo intimidados que habían quedado, levantó su campo y marchó contra Artáxata, corte de Tigranes, donde se hallaban sus hijos pequeños y sus mujeres legítimas, juzgando que Tigranes, sin una batalla, no abandonaría tan interesantes objetos. Dícese que el cartaginés Aníbal, vencido que fue Antíoco por los Romanos, se acogió a Artaxa, rey de Armenia, para quien fue un adiestrador y maestro muy útil en otros diferentes ramos, y que habiendo observado un sitio ameno y delicioso, aunque hasta entonces desdeñado e inculto, concibió la idea de una ciudad, y llevando a él a Artaxa se lo manifestó, exhortándole a su fundación; accedió el rey a ello gustoso, y, rogándole que dirigiese la obra, había resultado una magnífica y hermosa ciudad, la que tomó del rey su dominación, y fue declarada metrópoli de Armenia. Como Luculo, pues, se dirigiese contra ella, no pudo sufrirlo Tigranes, sino que, haciendo marchar su ejército, al cuarto día fijó su campo frente al de los Romanos, dejando en medio el río Arsania, que precisamente tenían que pasar los Romanos para ir contra Artáxata. Hizo Luculo sacrificio a los Dioses; y como si ya tuviera la victoria en la mano, pasó sus tropas en doce cohortes, que formó a vanguardia, y las otras doce a retaguardia, para evitar el ser cortado por los enemigos; porque era mucha la caballería y la gente escogida que tenía al frente, y aun delante de éstos se hallaban colocados los arqueros de a caballo de los Mardos y los lanceros y saeteros de Iberia, en quienes tenía Tigranes la mayor confianza como en los más belicosos; más ellos, sin embargo, nada hicieron digno de atención; pues habiendo tenido una ligera escaramuza con la caballería romana, no aguardaron a la infantería que los cargaba, y huyendo por uno y otro lado, atrajeron a la caballería en su persecución. Al mismo tiempo que éstos desaparecieron, se presentó la caballería de Tigranes, y Luculo, al ver su brillantez y su muchedumbre, concibió algún temor por lo que hizo volver a la suya del seguimiento y se opuso el primero a la gente de los Sátrapas, que, como la mejor, formaba contra él, y con sólo el miedo que le impuso la rechazó antes de venir a las manos. Siendo tres los reyes que se hallaron en aquella acción, el que hizo una fuga más vergonzosa fue Mitridates, rey del Ponto, que ni siquiera pudo sufrir la vocería de los Romanos. La persecución fue muy dilatada y de toda la noche, de manera que los Romanos se cansaron de matar, de cautivar y de recoger botín. Livio dice que en la primera batalla pereció más gente, pero que en ésta murieron o quedaron cautivos los más ilustres y principales de los enemigos.