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Hasta aquí, parece que la fortuna había militado con Luculo en sus banderas; pero ya desde este punto, como aquel a quien le falta el viento, encontrando oposición en todo cuanto intentaba, aunque mostró siempre el valor y magnanimidad de un gran general, sus hechos no encontraron ni aprecio ni gloria, y aun estuvo en muy poco el que no perdiese la antes adquirida, por más que trabajaba y se afanaba en vano; de lo que no fue él mismo pequeña causa, por no ser condescendiente con la soldadesca, y por creer que todo lo que se hace en obsequio de los súbditos es ya un principio de desprecio y una relajación de la disciplina, aunque lo principal era no tener un carácter blando, ni aun para los poderosos e iguales, sino que a todos los miraba con ceño, no creyendo que nadie valía tanto como él. Pues todos convienen en que, entre otras muchas calidades buenas, tenía ésta mala; porque él era de gallarda estatura, de buena presencia y elegante en el decir, así en la plaza pública como en el ejército. Dice, pues, Salustio que los soldados estuvieron descontentos con él desde muy luego, en el principio mismo de la guerra contra Cícico, y después en la de Amiso, por haber tenido que pasar acampados dos inviernos seguidos. Mortificáronlos asimismo los otros inviernos, porque o los pasaron en tierra enemiga o en campamento también y al raso, aunque entre aliados; pues ni una sola vez entró Luculo con su ejército en una ciudad griega o amiga. Estando ellos de suyo tan indispuestos, les dieron también calor desde Roma los tribunos y otros demagogos, que, llevados de envidia, acusaban a Luculo de que, por ambición y avaricia, prolongaba la guerra, y de que, sobre reunir él sólo en su persona la Cilicia, el Asia, la Bitinta, la Paflagonia, la Galacia, el Ponto y la Armenia hasta el Fasis, ahora había talado y asolado el reino de Tigranes, como si, en lugar de someter a los reyes, hubiera sido enviado a despojarlos; que fue lo que dicen le imputó el tribuno Lucio Quinto, a cuya persuasión se decretó que se dieran a Luculo sucesores de su provincia, determinándose, además, licenciar, a muchos de los que militaban en su ejército.

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