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Picábase, sin embargo, Craso de acoger bien a los forasteros, estando abierta su casa a todos ellos; prestaba a los amigos sin interés; pero, vencido el plazo, exigía con tanto rigor el pago, que la primera gracia venía a hacerse más inaguantable que habrían sido las usuras. Para franquear su mesa era bastante generoso y popular, y aunque ésta no era espléndida, el aseo y la amabilidad la hacían más apetecible que hubiera podido hacerla el ser más exquisita y costosa. En cuanto a instrucción, se ejercitó en la elocuencia, especialmente en la parte oratoria, que es de mayor y más extensa utilidad; y habiendo llegado a sobresalir en esta arte entre los más aventajados de Roma, en el trabajo y en el celo excedió aun a los más facundos; porque ninguna causa tuvo por tan pequeña y despreciable que no fuese preparado para hablar en ella, y muchas veces, rehusando Pompeyo y César, y aun el mismo Cicerón, levantarse y tomar la palabra, él concluía la defensa; con lo que se ganó el afecto, como patrono solícito y diligente. Ganóselo también con su humanidad y popularidad para con las gentes, pues nunca Craso, saludado de un ciudadano romano, por miserable y oscuro que fuese, dejó de corresponderle por su nombre. Dícese que fue muy instruido en la historia y aun algo dado a la filosofía, adoptando las opiniones de Aristóteles, en las que tuvo por maestro a Alejandro, varón dulce y apacible, como se ve en el modo en que permaneció al lado de Craso; pues que no es fácil demostrar si era más pobre antes de ir a su compañía o después de estar en ella; y siendo el único entre sus amigos que le acompañaba en los viajes, para el camino se le daba una capa, la que se le recogía a la vuelta. ¡Ésta sí que es paciencia! Y se ve que este infeliz no sólo no tenía por mala, mas ni aun por indiferente la pobreza. Pero de esto hablaremos más adelante.

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