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Viendo, pues, Surenas que los Partos se batían ya con menos ardor, y que si venía la noche y los Romanos se metían más en el monte le sería imposible darles alcance, armó a Craso otro engaño. Dejó ir libres a algunos cautivos, ante quienes hizo de intento que unos bárbaros se dijeran a otros en el campamento que el rey no quería que la guerra con los Romanos fuese perpetua y daría pruebas de estar pronto a restablecer la amistad con el obsequio de tratar humanamente a Craso. Abstuviéronse, por tanto, los Partos de combatir, y marchando sosegadamente Surenas hacia el collado con los principales de su ejército quitó la cuerda al arco y alargó la diestra, llamando a Craso a conferenciar con él y diciendo en alta voz que el Rey había hecho muestra, muy contra su voluntad, de su valor y su poder; pero que deseando manifestarles también su dulzura y benevolencia los dejaría ir libres y salvos por medio de un tratado. Al decir esto Surenas, los demás le escucharon muy placenteros y se mostraban sumamente contentos; pero Craso, que no había habido nada en que no hubiese sido engañado, y que extrañaba mucho tan repentina mudanza, no se prestó a esta invitación, sino que se paró a reflexionar. Mas como los soldados empezasen a gritar y a decirle que fuese, y después pasasen a insultarle y echarle en cara que a ellos los ponía a pelear con unos hombres con quienes ni aun desarmados quería tener una conferencia, tentó primero el medio del ruego, diciéndoles que aguantaran lo que restaba de día y por la noche podrían libremente marchar por aquellas montañas y aquellas asperezas, mostrándoles el camino y exhortándolos a que no perdieran la esperanza de una salud que tenían tan cerca; pero viendo que todavía se le oponían, y que blandiendo las armas le amenazaban, por miedo hubo de partir, sin decir más que estas palabras: “Vosotros, Octavio, Petronio y todos los caudillos romanos que estáis presentes, sois testigos de la necesidad de esta partida, y sabéis por que cosas tan violentas y afrentosas se me hace pasar; mas con todo, si llegáis a salvaros, decid ante todos los hombres que Craso pereció engañado de los enemigos, no entregado a la muerte por sus ciudadanos.”

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