Meditaba adónde se dirigiría desde allí, cuando le llamaron los Lusitanos, brindándole, por medio de embajadores, con el mando; pues hallándose faltos de un general de opinión y de experiencia, que pudieran oponer al temor que los Romanos les inspiraban, en éste sólo tenían confianza, por haber sabido de los que le habían tratado cuál era su índole; pues se dice que Sertorio no se dejaba dominar ni del deleite ni del miedo, siendo por naturaleza inalterable en los peligros y moderado en la prosperidad; que trabado el combate, no fue inferior en arrojo a ninguno de los generales de su tiempo, y que, cuando en la guerra se trataba de merodear y hacer presa, de ocupar puestos ventajosos o de meterse por entre los enemigos, necesitándose para ello de dolo y de engaños, era en tales casos de los más sagaces y astutos. En premiar los servicios usaba de largueza y magnificencia, siendo benigno en castigar las faltas; sin embargo, lo ejecutado cruel y sañudamente con los rehenes hacia el fin de sus días parece que descubre que su carácter no era el de la mansedumbre, sino que por reflexión lo sabía comprimir, cediendo a la necesidad. Por lo que hace a mí, nunca creeré que una virtud decidida y bien cimentada en la razón pueda por ningún caso de fortuna degenerar en el vicio opuesto; con todo, no considero imposible que los mejores propósitos, y los caracteres más formados a la virtud, hagan mudanza en sus costumbres por desgracias y calamidades injustamente padecidas; y fue lo que me parece le sucedió a Sertorio, que, cuando se vio abandonado de la fortuna, irritado por los mismos acontecimientos se hizo cruel contra los que le ofendían.