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Arregló asimismo Licurgo perfectamente lo relativo a los entierros; porque trató en primer lugarde desterrar toda superstición, y, por lo tanto, no prohibió que se sepultasen los muertos dentro de la ciudad y que se pusiesen sus monumentos cerca de los templos; criando y familiarizando a los jóvenes con estos espectáculos, para que no se turbasen ni horrorizasen con la muerte, ni se tuviesen por contaminados con sólo tocar un cadáver o pasar por delante de una sepultura. Después mandó que nada se enterrase con el muerto, y sólo se envolviese en un paño encarnado con hojas de olivo. No era tampoco permitido inscribir otro nombre que el de quien moría en la guerra o el de las sacerdotisas. Señaló un tiempo muy limitado para el duelo, nada más que once días: al duodécimo se hacía un sacrificio a Deméter, y con esto debía cesar el duelo: porque no quiso ni ocio ni inacción; y en todo había mezclado, con lo que con templó preciso, o una excitación a la virtud o una invectiva contra el vicio. Cuidó también de que por todas partes hubiese en la ciudad muchedumbre de ejemplos, con los que criados y como impelidos los ciudadanos, era preciso que se excitasen y formasen a lo bueno y honesto. No le agradó, por tanto, que cualquiera saliese de viaje o anduviese por otras tierras, para que no trajeran costumbres extranjeras, usos de gente indisciplinada y diferencia de ideas sobre gobierno; y aun dispuso que se mandara salir a los extranjeros que sin objeto útil se fuesen introduciendo en la ciudad; no, como cree Tucídides, por miedo de que se hiciesen imitadores de su gobierno, y de que aprendiesen algo conducente a la virtud, sino antes para que no fuesen maestros de algún vicio. Porque con los cuerpos forasteros precisamente se han de introducir voces extranjeras; las voces nuevas llevan consigo nuevos pensamientos, de los que es preciso se originen muchos afectos y deseos discordes, que no guarden consonancia, como si fuese una armonía, con el gobierno establecido: por lo mismo, creía que más debía guardarse la ciudad de que tuviesen entrada las malas costumbres que de que se introdujesen cuerpos contagiados.

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