Pasado el Helesponto, caminaba por la Tracia, sin hablar de permiso a ninguno de aquellos bárbaros; lo único que hacía era enviar a preguntar a cada uno de qué manera había de atravesar su territorio, si como amigo o como enemigo. Los más le recibieron amistosamente y le acompañaron, cada uno en proporción a sus fuerzas; sólo los llamados Tralenses, de quienes se dice que Jerjes negoció con ellos el paso con dádivas, le pidieron en pago de él cien talentos en plata y cien mujeres. Tomólo él a burla, y diciéndoles que por qué no habían acudido desde luego a cobrarlo, pasó delante, y hallándolos en orden de batalla los acometió y derrotó, con muerte de un gran número. Hizo al rey de los Macedonios la misma pregunta, y habiendo respondido que lo pensaría, “Que lo piense- replicó-; pero nosotros, en tanto, pasaremos”. Admirado el rey de tamaña osadía, y llegando a cobrar miedo, le envió a decir que transitara como amigo. Hacían los Tésalos causa común con los enemigos, por lo que les taló el país; y como habiendo enviado hacia Larisa a Jenocles y Escita para tratar de amistad hubiesen sido éstos detenidos y puestos en custodia, todos los demás eran de dictamen de que, haciendo alto, pusiese sitio a Larisa; pero él les dijo que ni la Tesalia toda querría tomar con la pérdida de cualquiera de los dos, y los recobró por capitulación, cosa que no era de admirar en Agesilao, que habiendo sabido haberse dado junto a Corinto una gran batalla (en la que en medio del rebato habían perecido algunas personas principales), y habían muerto muy pocos de los Espartanos, cuando la mortandad de los enemigos había sido muy grande, no por eso mostró alegría y satisfacción, sino que, antes, dando un profundo suspiro, exclamó: “¡Triste de la Grecia, que en daño suyo ha perdido unos varones tan esclarecidos que si vivieran bastarían para vencer en combate a todos los bárbaros juntos!” Como los de Farsalia se pusiesen en persecución de su ejército y le causasen daños, les acometió con quinientos caballos, y habiéndolos puesto en fuga erigió un trofeo al pie del monte Nartacio, dando a esta victoria la mayor importancia, a causa de que, habiendo creado por sí aquella caballería, con ella sola había derrotado a los que más pagados estaban de sobresalir en esta arma.