Sin embargo de todo esto, a muchos, luego que se vieron abandonados de los aliados, y tuvieron por cierto que Epaminondas, vencedor y lleno de orgullo con el triunfo, trataría de invadir el Peloponeso, les vinieron a la imaginación los oráculos y la cojera de Agesilao, propendiendo al desaliento y a la superstición, por creer que aquellas desgracias le habían venido a la ciudad a causa de haber desechado del reino al de pies firmes y haber preferido a un cojo y lisiado, de lo que el oráculo les había avisado se guardasen sobre todo. Mas aun en medio de esto, atendiendo al poder que habla adquirido, a su virtud y a su gloria, todavía acudían a él, no sólo como a rey y general para la guerra, sino como a director y a médico en los demás apuros políticos y en el que entonces se hallaban; porque no se atrevían a usar de las afrentas autorizadas por ley contra los que habían sido cobardes en la batalla, a los que llaman emplones, temiendo, por ser muchos y de gran poder, que pudieran causar un trastorno: pues a los así anotados no sólo se les excluye de toda magistratura, sino que no hay quien no tenga a menos el darles o el tomar de ellos mujer. El que quiere los hiere y golpea cuando los encuentra, y ellos tienen que aguantarlo, presentándose abatidos y cabizbajos. Llevan túnicas rotas y teñidas de cierto color, y afeitándose el bigote de un lado, se dejan crecer el otro. Era por lo mismo cosa terrible desechar a tantos cuando justamente la ciudad necesitaba de no pocos soldados. Nombran, pues, legislador a Agesilao, el cual se presenta a la muchedumbre de los Lacedemonios, y sin añadir, quitar, ni mudar nada, con sólo decir que por aquel día era preciso dejar dormir las leyes, sin perjuicio de que en adelante volvieran a mandar, conservó a un tiempo a la ciudad sus leyes y a aquellos ciudadanos la estimación. Queriendo en seguida borrar de los ánimos aquel temor y amilanamiento, invadió la Arcadia, pero tuvo buen cuidado de no presentar batalla a los enemigos, sino que limitándose a tomar un pueblezuelo que pertenecía a los de Mantinea, y hacer correrías por sus términos, con esto sólo alentó ya con esperanzas a la ciudad y le volvió la alegría, no dándose por perdida del todo.