Como viese que los pueblos principales entre los circunvecinos gozaban de independencia, incomodado con que los Argivos estuviesen esclavizados, armó asechanzas para quitar del medio a su tirano Aristómaco, queriendo de una parte remunerar a la ciudad con la libertad por la educación allí recibida, y de otra agregarla a los Aqueos. Encontráronse algunos que se resolvían a ello, al frente de los cuales se hallaban Esquilo y Carímenes el adivino; pero no tenían espadas ni cómo adquirirlas, estando impuestas graves penas por el tirano a los poseedores. Dispúsoles, pues, Arato en Corinto algunos alfanjes cortos, y escondiéndolos en unas enjalmas, puso éstas a unas acémilas que iban cargadas de efectos de poco valor, y así los envió a Argos. Admitió el adivino Carímenes a un hombre para la empresa, y llevándolo mal Esquilo y los de su bando, quisieron ejecutarla por sí solos, descartándose de Carímenes; súpolo éste; llevado de enojo los denunció en el momento de ir a poner manos en el tirano. Por fortuna, los más pudieron aún prevenir la denuncia, y huyendo de la plaza, se refugiaron en Corinto. Pasado poco tiempo, fue muerto Aristómaco por sus esclavos; pero se apresuró a apoderarse de la autoridad Aristipo, tirano más aborrecible todavía que aquel. Arato entonces, echando mano de cuantos Aqueos allí había en edad proporcionada, fue a toda prisa en socorro de la ciudad, creyendo hallar dispuestos y preparados a los Argivos. Pero estando los más de ellos contentos, por la costumbre, con la esclavitud, como nadie acudiese a él, se retiró dejando contra los Aqueos el cargo de que en plena paz habían hecho la guerra, sobre lo que se les puso pleito ante los de Mantinea; y no compareciendo Arato, lo ganó Aristipo, adjudicándosele la multa de treinta minas. Odiaba, pues, Aristipo y temía al mismo tiempo a Arato, por lo que le acechaba para quitarle la vida, ayudándole en ello el rey Antígono; por todas partes hormigueaban los que se prestaban a ese infame ministerio, y que espiaban la oportunidad; pero no hay guardia más cierta y segura del hombre que manda que el amor, porque cuando la muchedumbre y los principales se acostumbran a temer, no al caudillo, sino por el caudillo, ve éste con muchos ojos, oye con muchos oídos y precave lo que va a suceder. Propóngome, por tanto, cortar aquí la relación para tratar del método de vida de Aristipo, en que le constituyó la tan apetecible tiranía y el fausto de la monarquía, con tantos encomios celebrada.