Mortificado de esta manera, pensaba entregar al instante el sello y renunciar el mando; pero, valiéndose de su juicio, sufrió por entonces, y conduciendo los Aqueos contra Orcómeno, presentó batalla a Megistónoo, padrastro de Cleómenes, en la que fue vencedor; y habiéndole muerto trescientos hombres, hizo prisionero al mismo Megistónoo. Hemos dicho que solía ser elegido general cada dos años; pues cuando llegó su turno, como se le llamase, renunció y fue nombrado general Timóxeno. Mas pareció que su resentimiento con la muchedumbre sólo era un pretexto poco probable de la renuncia, siendo la verdadera causa el estado que tenían los negocios de los Aqueos, pues que Cleómenes ya no les hacía la guerra tibia y flojamente, ni era contrariado por las autoridades políticas, sino que como, después de haber dado muerte a los Éforos, repartido el territorio y admitido al derecho de ciudadanos a los colonos, tuviese ya una potestad libre, no dejaba respirar a los Aqueos, solicitando el imperio sobre ellos. Por lo tanto, reprenden en Arato que, viendo a la república agitada con tan grande fluctuación y tormenta, se condujese como piloto cine se amilana y abandona el timón, cuando hubiera sido Justo que, aun contra su voluntad, salvara la liga, o si daba ya por perdidos los negocios y el poder de los Aqueos, que cediera a Cleómenes, y no volver a condenar a la barbarie el Peloponeso con las guarniciones de los Macedonios, no llenar el Acrocorinto de armas etolias e ilíricas, ni hacer árbitros de las ciudades, bajo el blando nombre de aliados, a aquellos mismos a quienes de obra hizo la guerra y procuró debilitar, y de quienes habla continuamente con desdén y vilipendio en sus Comentarios. Y si Cleómenes era (porque así se decía) violento y tiránico, al cabo sus padres eran Heraclidas y su patria Esparta, el más oscuro de la cual debía ser preferido para el mando al primero de los Macedonios por los que dieran algún valor a la nobleza de los Griegos. Por otra parte, si Cleómenes pedía el mando de los Aqueos, era para hacerles muchos bienes en recompensa de aquel honor y aquel título, mientras que Antígono, declarado general con ¡limitadas facultades de tierra y de mar, no se prestó a usar de la autoridad sin que primero le concedieran por premio de su imperio el Acrocorinto, a manera enteramente del cazador de Esopo; porque no se puso al frente de los Aqueos, que le rogaban y se le sometían por medio de embajadores y de decretos, hasta que los tuvo como enfrenados con la guarnición y los rehenes. Arato bien alza la voz para defenderse con que fue absolutamente preciso; pero Polibio dice que de antemano, y con prioridad a semejante necesidad, temiendo Arato la intrepidez de Cleómenes, había tratado reservadamente con Antígono y había importunado a los Megalopolitanos para que instasen a los Aqueos a implorar su auxilio, porque éstos eran los más molestados de la guerra, por acosarles mucho Cleómenes. Del mismo modo habla Filarco de estas cosas, al que, a no atestiguarlo también Polibio, no debería darse crédito, porque le saca de tino la pasión en tratándose de Cleómenes; y en la historia como en un juicio, ya contradice a éste, y ya se pone de parte de aquel y concurre a su defensa.