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A poco tiempo de haber muerto Darío, pasó el rey a Pasargada con el objeto de recibir la iniciación regia de los sacerdotes de Persia. Existe allí el templo de una diosa guerrera que puede presumirse sea Minerva, y el que ha de ser iniciado debe entrar en él y, deponiendo la estola propia, vestirse la que llevaba Ciro el Mayor antes de ser rey, comer pan de higos, tragar terebinto y beberse un vaso de leche agria. Si además de estas cosas tienen que ejecutar algunas otras, no es dado saberlo a los de afuera. Cuando iba Artojerjes a cumplir con ellas, llegó a él Tisafernes, trayendo a su presencia a uno de los sacerdotes que había sido presidente de la educación dada a Ciro con los otros jóvenes según las leyes patrias, y le había enseñado la magia; por lo cual ninguno había de haber sentido más que no hubiese sido declarado rey, y de ninguno se debía desconfiar menos para darle crédito acusando a Ciro. Acusábale, pues, de asechanzas en el templo, y de que tenía meditado, mientras el rey se vestía la estola, acometerle y quitarle la vida. Algunos dicen que en virtud de esta denuncia se le prendió; pero otros sostienen que Ciro había entrado en el templo, y que, hallándose escondido, lo descubrió el sacerdote. Cuando ya iba a sufrir la muerte, la madre le tomó en su regazo, le enredó con sus cabellos, juntó con la de él su garganta y a fuerza de quejas y lamentos le consiguió el perdón, y que fuera enviado otra vez al mar; mas él, no contento con aquel mando, ni teniendo en memoria el indulto, sino la prisión, aspiraba con la ira, más todavía que antes, a ocupar el reino.

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