Llegáronle a Ciro en la marcha voces y rumores de que el rey no pensaba en dar batalla desde luego, ni en apresurarse a venir a las manos con él, sino permanecer en Persia hasta que le llegaran las tropas pedidas de todas partes, habiendo hecho abrir un foso de diez pies de ancho y otros tantos de hondo, que corría por la llanura hasta cuatrocientos estadios; y aun no hizo alto en que Ciro entrase dentro de él y llegase hasta no lejos de la misma Babilonia; pero habiendo tenido Teribazo resolución para decir el primero que no era razón evitable el combate, ni que retirándose de la Media, de Babilonia y aun de Susa se encerrara en la Persia quien tenía multiplicadas fuerzas que el enemigo, y diez mil sátrapas y generales que en prudencia y pericia militar valían más que Ciro, se decidió por que se marchara al combate sin más dilación. Y cuando de pronto se dejó ver con un ejército de novecientos mil hombres bien equipados, asombró y sobresaltó a los enemigos, que por la excesiva confianza y desprecio marchaban en desorden y sin armas, de manera que sólo con gran dificultad y mucha gritería y alboroto pudo traerlos Ciro a formación. Caminando despuéss el rey con reposo y concierto, causó con aquel buen orden admiración a los Griegos, que en tanto gentío no esperaban más que gritería confusa, correrías y grande desorden y dispersión. Dispuso también con singular acierto colocar contra los Griegos, delante de su hueste, los más fuertes de sus carros falcados, para que antes de venir a las manos les desordenaran las filas con la violencia de su impulso.