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Pasó en esto Antígono la Geranea con grandes fuerzas, y le pareció a Cleómenes que no debía circunvalar y guardar el Istmo, sino los montes Oneos, y quebrantar más bien a los Macedonios con una guerra de puestos, que no venir a las manos en ordenada batalla; y haciéndolo como lo había pensado, puso en grande apuro a Antígono, porque ni había hecho suficiente acopio de víveres ni era fácil forzar el paso, situado allí Cleómenes. Intentó rodear de noche el Lequeo, y fue rechazado, con pérdida de alguna gente, con lo que se alentó extraordinariamente Cleómenes, y sus tropas, engreídas, con la victoria, se fueron tranquilas a preparar la cena; como, por el contrario, decayó de ánimo Antígono, reducido a no tomar sino partidos desesperados en semejante conflicto. Así pensó en ir a tomar la cresta del Hereo, y desde allí pasar en barcos las tropas a Sicione, aunque esto era obra de mucho tiempo y de no comunes preparativos; pero ya a la caída de la tarde vinieron de Argos por mar unos amigos de Arato, enviados por éste a llamarle, con motivo de que los Argivos se habían rebelado a Cleómenes. Era Aristóteles quien había negociado esta defección, no habiéndole sido fácil persuadir a la muchedumbre, irritada porque Cleómenes no había hecho la abolición de deudas con que ella se había lisonjeado. Tomando, pues, Arato mil quinientos soldados de los de Antígono, los condujo por mar a Epidauro; pero Aristóteles ni siquiera lo esperó, sino que, poniéndose al frente de los ciudadanos, acometió a los que guardaban la ciudadela, y al mismo tiempo acudió en su auxilio Timóxeno, que con tropas de los Aqueos vino desde Sicione.

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