Por tanto, aun las cosas en que brillaba la benignidad eran mal interpretadas, como sucedió en el asunto de los Galos sublevados con Víndex; porque se creyó que la exención de contribuciones y el derecho de ciudad no lo debieron a la bondad del emperador, sino que los compraron de Vinio. Esto tenía a la muchedumbre disgustada del gobierno, y por lo que hace a los soldados, a quienes no se entregaba el donativo, al principio los consolaba la esperanza de que, si no fuese tanto como se había prometido, les daría lo que había dado Nerón; pero después que, enterado de su descontento, pronunció aquella sentencia digna de un grande general, que estaba acostumbrado a escoger y no a comprar los soldados, cuando tal oyeron, concibieron un violento y fiero odio contra él, porque les pareció que no se contentaba con privarlos por su parte, sino que se erigía en legislador y maestro para los emperadores que vinieran en pos de él. Mas el movimiento en Roma era todavía sordo y un cierto respeto a Galba presente embotaba y reprimía el deseo de novedades; al mismo tiempo el no descubrirse principio ninguno de mudanza, los contenía también y les hacía disimular su descontento. A los que antes estuvieron a las órdenes de Verginio, y ahora a las de Flaco, como, teniéndose por dignos de grandes premios por la batalla reñida contra Víndex, nada hubiesen alcanzado, no podían aquietarlos sus jefes, y del mismo Flaco, que atacado de una terrible gota, no podía valerse de su persona, y que no tenía experiencia de negocios, absolutamente no hacían cuenta para nada. Hubo en una ocasión espectáculos, y al pronunciar los tribunos y centuriones la plegaria usada entre los Romanos de prosperidad, se alborotó y tumultuó la muchedumbre, y después insistiendo aquellos en la plegaria, lo que respondieron fue: Si lo merece.