Gayo Graco, al principio, o por temor de los enemigos, o para excitar más odio contra ellos, se retiró de la plaza pública y permaneció sosegado en su casa, como quien, por hallarse entonces en estado de abatimiento, se proponía para en adelante vivir apartado de los negocios; tanto, que se esparcieron voces contra él de que censuraba y miraba mal la conducta pública del hermano, bien que era todavía demasiado joven, porque tenía nueve años menos que el hermano, y éste murió sin haber cumplido los treinta. Con el tiempo, aun en medio de su retiro, se echó de ver que en sus costumbres no propendía al ocio, al regalo, a la intemperancia ni a la codicia; y preparándose con la elocuencia como con alas voladoras para tomar parte en el gobierno, se advertía bien que no podría estarse quieto. Habló por la primera vez en defensa de uno de sus amigos llamado Vetio, contra quien se seguía causa; y como el público se hubiese entusiasmado y embriagado de placer al oírle, por haber dado muestras de ser los demás oradores unos muchachos comparados con él, los poderosos volvieron a concebir gran temor, y trataron con empeño entre sí de que Gayo no ascendiera al tribunado de la plebe. Ocurrió también que por el orden natural cupo a Gayo la suerte de ir a Cerdeña de cuestor con el cónsul Orestes, lo que fue muy del gusto de sus enemigos, y no desagradó al mismo Gayo; pues siendo de carácter guerrero, estando no menos ejercitado en la milicia que en la defensa de las causas, mirando con cierto horror el gobierno y la tribuna y no pudiendo negarse ni al pueblo ni a los amigos si le llamasen, tuvo por gran dicha este motivo de ausencia. Con todo, la opinión generalmente recibida es que fue un decidido demagogo, y más codicioso que el hermano de la gloria que resulta del aura popular; pero esto no es cierto, sino que hay pruebas de que fue arrastrado al gobierno más bien por necesidad que por voluntad y resolución propia; conforme a esto, refiere Cicerón el orador que, huyendo Gayo de toda magistratura, y estando resuelto a vivir en quietud y reposo, se le apareció entre sueños el hermano, y saludándole, le dijo: “¿Por qué causa o en qué te detienes, Gayo? No hay cómo evitarlo: una misma vida y una misma muerte, por defender los intereses del pueblo, nos tiene destinadas el hado”.