No sólo sancionó el pueblo esta ley, sino que le dio a él mismo la facultad de elegir los jueces del orden ecuestre, con lo que vino a ejercer una especie de autoridad monárquica; tanto, que aun el Senado sufría el haber de tomar de él consejo, y siempre en sus dictámenes le proponía lo que le estaba mejor. Como fue aquella determinación tan justa y benéfica, acerca del trigo que envió de España el procónsul Fabio, porque persuadió al Senado que se vendiera el trigo y el precio se enviara a las ciudades, reconviniendo a Fabio de que hacía a los pueblos dura e insufrible la dominación romana, cosa que le adquirió en las provincias gran crédito y benevolencia. Propuso asimismo leyes para que se enviaran colonias, se hicieran caminos y se construyeran graneros. De todas estas obras se hizo él mismo presidente y administrador; y siendo tantas y tan grandes, de nada se cansaba; sino que con admirable presteza y trabajo las dio concluidas, como si atendiera a una sola; de manera que aun los que más le aborrecían y temían se mostraban pasmados de verle en todo tan eficaz y activo. El pueblo admiraba también el singular espectáculo que aquello ofrecía, al ver la gran muchedumbre que le seguía de operarios, de artistas, de legados, de magistrados, de soldados y de literatos, a todos los cuales se mostraba afable, guardando cierta entereza en la misma benignidad, y hablando a cada uno particularmente, según su clase; con lo que desacreditó a los calumniadores, que lo pintaban temible, fiero y violento. Era, por tanto, popular, con más destreza todavía en el trato y en los hechos que en los discursos pronunciados en la tribuna.