II

Subleváronse los Molosos y arrojaron del trono a Eácidas, llamando a él a los hijos de Neoptólemo. Muchos de los amigos de Eácidas perecieron en la insurrección; pero Androclides y Ángelo, ocultando a Pirro, todavía muy niño, a quien con ansia buscaban los enemigos, pudieron evadirse, llevando por fuerza en su compañía a algunos esclavos y a las mujeres que servían a aquel de amas. La fuga, por esta causa, era dificultosa y tardía, y como fuesen alcanzados, entregaron el niño a Androcleón, Hipias y Neandro, jóvenes de confianza y valor, encargándoles que huyeran a toda priesa hasta entrar en Mégara de Macedonia. Ellos, en tanto, ora con ruegos y ora peleando, lograron contener a los que los perseguían hasta bien entrada la tarde, y después que a tanta costa los hubieron rechazado fueron a juntarse con los que llevaban a Pirro. Cuando puesto el Sol se creían en el término de su esperanza, decayeron repentinamente de ella: arribaron al río que pasa por junto a la ciudad, hallándolo amenazador y soberbio, y que de ninguna manera daba paso a los que lo intentaban, por cuanto llevaba gran caudal de aguas, y éstas muy turbias, con motivo de haber llovido mucho; las tinieblas, además, lo hacían más temible. Desconfiaron, pues, de poder ellos solos salvar al niño y a las mujeres que le criaban; mas habiendo sentido que al otro lado había algunas gentes del país, les pedían auxilio para pasar mostrándoles a Pirro, y clamando y suplicando. Los otros nada oían por la rapidez y ruido del río; perdíase el tiempo mientras los unos gritaban y los otros no en tendían, hasta que parándose uno a meditar le ocurrió separar la corteza interior de una encina y escribir en ella con el clavo de una hebilla letras que refiriesen el apuro en que se hallaban y la suerte de aquel niño. Rodéala después a una piedra, para que con ésta se diese impulso al tiro, y así la puso al otro lado: aunque otros dicen que la tiró rodeada al cuento de una lanza. Luego que leyeron lo escrito y se enteraron de la urgencia, cortaron algunos troncos, y, juntándolos entre sí, pasaron a la otra orilla, e hizo la casualidad que el primero que pasó, llamado Aquiles, fue el que tomó el niño; los demás pasaron asimismo a los que se les presentaron.

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