Pues que en la semejanza de los Dióscuros, en sus imágenes pintadas o esculpidas se nota alguna diferencia que indica ora lo luchador, ora lo corredor de caballos, y de la misma manera en el grande aire que se dan estos jóvenes en el valor y modestia, en la liberalidad, en la elocuencia y en la elevación de ánimo, todavía salen y se notan en sus hechos y manera de gobiernos grandes desemejanzas; me parece que no será fuera de propósito que preceda su explicación. En primer lugar, en las facciones del rostro, en el mirar y en los movimientos, Tiberio era dulce y reposado, y Gayo fogoso y vehemente: tanto, que para hablar en público el uno permanecía sosegado en el mismo sitio, y el otro fue el primero de los Romanos que empezó a dar pasos en la tribuna y a desprenderse la toga del hombro, al modo que se refiere de Cleón el Ateniense haber sido el primero de aquellos oradores que se desprendía el manto y se golpeaba el muslo. En segundo lugar, el estilo de Gayo era acalorado y cargado de afectos, con tendencia a lo terrible, y el de Tiberio más dulce y más propio para mover a la compasión. En la dicción, el de éste era puro y trabajado con estudio; el de Cayo, persuasivo y florido. Del mismo modo, en cuanto al orden de vida y a la mesa, Tiberio parco y sencillo, y Gayo, si se le comparaba con los demás, sobrio y austero; pero mirada la diferencia con el hermano, lujoso y delicado; así es que Druso le afeó el haber comprado unas mesas délficas de plata, que le costaron a razón de mil doscientas cincuenta dracmas la libra. En sus costumbres, con relación a la diferencia del estilo, el uno era afable y benigno y el otro pronto e iracundo: de manera que, hablando en público, se dejaba muchas veces arrebatar de la ira contra su mismo propósito, con lo que se levantaba la voz, prorrumpía en dicterios y desordenaba el discurso; y por lo tanto, para reparo de este acaloramiento, tenía cerca de sí a su esclavo Licinio, que no carecía de talento, el cual, puesto a su espalda con el instrumento que sirve para dar los tonos, cuando advertía que precipitaba y cortaba la pronunciación por el demasiado ardimiento, le daba un tono bajo y suave, y en oyéndole, inmediatamente volvía sobre sí, templaba el calor de los afectos, y bajaba la voz con la mayor docilidad.