A LA SEÑORITA * * *

Las umbrías bajo las cuales veo, en mis ensueños,

los más traviesos pájaros cantores, son

labios; y toda la melodía de tu voz no es hecha

sino por palabras creadas por tus labios.

De tus ojos, engastados en el santuario celeste

de tu corazón, caen las miradas desoladas

ahora, ¡oh Dios!, sobre mi espíritu fúnebre,

como la luz de una estrella sobre un sudario.

¡Tu corazón, tu corazón! Me despierto y

suspiro y vuelvo a dormirme para ensoñar

hasta el día de la verdad, que el oro,—capaz de

tantas locuras,—no podrá jamás comprar.

1829.

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