LAS ZAHURDAS DE PLUTON

CARTA Á UN AMIGO SUYO

ENVÍO á vuesamerced este discurso tercero al Sueno y al Alguacil, donde puedo decir que he rematado las pocas fuerzas de mi ingenio (no sé si con alguna dicha). Quiera Dios halle algún agradecimiento mi deseo, cuando no merezca alabanza mi trabajo; que con esto tendré algún premio de los que da el vulgo con mano escasa; que no soy tan soberbio que me precie de tener envidiosos, pues de tenerlos, tuviera por gloriosa recompensa el merecerlos tener. Vuesamerced en Zaragoza comunique este papel, haciéndole la acogida que á todas mis cosas, miéntras yo acá esfuerzo la paciencia á maliciosas calumnias, que al parto de mis obras (sea aborto) suelen anticipar mis enemigos. Dé Dios á vuesamerced paz y salud. Del Fresno y mayo 3 de 1608.

DON FRANCISCO DE QUEVEDO VILLEGAS.

PRÓLOGO

AL INGRATO Y DESCONOCIDO LECTOR

ERES tan perverso, que ni te obligué llamándote pió, benévolo, ni benigno en los más discursos porque no me persiguieses; y ya desengañado, quiero hablar contigo claramente. Este discurso es del infierno: no me arguyas de maldiciente porque digo mal de los que hay en él, pues no es posible que haya dentro nadie que bueno sea. Si te parece largo, en tu mano está: toma el infierno que te bastare, y calla. Y si algo no te parece bien, ó lo disimula piadoso, ó lo enmienda docto; que errar es de hombres, y ser herrado de bestias ó esclavos. Si fuere oscuro, nunca el infierno fué claro; si triste y melancólico, yo no he prometido risa: solo te pido, lector, y aun te conjuro por todos los prólogos, que no tuerzas las razones ni ofendas con malicia mi buen celo, puesto primero, guardo el decoro á las personas y solo reprendo los vicios; murmuro los descuidos y demasías de algunos oficiales, sin tocar en la pureza de los oficios; y al fin, si te agradare el discurso, tú te holgarás, y si no, poco importa; que á mí, de tí ni de él se me da nada.

VALE.

LAS ZAHURDAS DE PLUTON

DISCURSO

YO que en el Sueño vi tantas cosas y en el Alguacil alguacilado oí parte de las que no habia visto, como sé que los sueños las más veces son burla de la fantasía y ocio del alma, y que el malo nunca dijo verdad, por no tener cierta noticia de las cosas que justamente se nos esconden; vi, guiado de mi ingenio, lo que se sigue, por particular providencia, que fué para traerme en el miedo la verdadera paz. Halléme en un lugar favorecido de naturaleza por el sosiego amable, donde sin malicia la hermosura entretenía la vista (muda recreación y sin respuesta humana), platicaban las fuentes entre las guijas y los árboles por las hojas; tal vez cantaba el pájaro, ni sé determinadamente si en competencia suya, ó agradeciéndoles su armonía. Ved cuál es de peregrino nuestro deseo, que no hallo paz en nada desto. Tendí los ojos, codicioso de ver algún camino, por buscar compañía, y veo (cosa digna de admiración) dos sendas que nacian en un mismo lugar, y una se iba apartando de la otra, como que huyesen de acompañarse. Era la de mano derecha tan angosta, que no admite encarecimiento, y estaba (de la poca gente que por ella iba) llena de abrojos y asperezas y malos pasos. Con todo, vi algunos que trabajaban en pasarla; pero por ir descalzos y desnudos, se iban dejando en el camino unos el pellejo, otros los brazos, otros las cabezas, otros los piés, y todos iban amarillos y flacos. Pero noté que ninguno de los que iban por aquí miraba atrás, sino todos adelante. Decir que puede ir alguno á caballo es cosa de risa. Uno de los que allí estaban, preguntándole si podría yo caminar aquel desierto á caballo, me dijo:

—Déjese de caballerías, y caiga de su asno. Y miré con todo eso, y no vi huella de bestia ninguna. Y es cosa de admirar que no habia señal de rueda de coche ni memoria apenas de que hubiese nadie caminado en él por allí jamás. Pregunté, espantado desto á un mendigo que estaba descansando y tomando aliento, si acaso habia venta en aquel camino ó mesones en los paraderos. Respondióme:

—Venta aquí, señor, ni mesón, ¿cómo queréis que le haya en este camino, si es el de la virtud? En el camino de la vida, dijo, el partir es nacer, el vivir es caminar, la venta es el mundo, y en saliendo de la es una jornada sola y breve desde él á la pena ó á la gloria. Diciendo esto se levantó, y dijo: Quedaos con Dios, que en el camino de la virtud es perder tiempo el pararse uno, y peligroso responder á quien pregunta por curiosidad, y no por provecho. Comenzó á andar dando tropezones y zancadillas, y suspirando. Parecia que los ojos con lágrimas osaban ablandar los peñascos á los piés y hacer tratables los abrojos. ¡Pésia tal! dije yo entre mí, pues tras ser el camino tan trabajoso, ¿es la gente que en él anda tan seca y poco entretenida? ¡Para mi humor es bueno! Di un paso atrás, y salíme del camino del bien; que jamás quise retirarme de la virtud que tuviese mucho que desandar, ni que descansar. Volvíme á la mano izquierda, y vi un acompañamiento tan reverendo, tanto coche, tanta carroza cargada de competencias al sol en humanas hermosuras, y gran cantidad de galas y libreas, lindos caballos, mucha gente de capa negra, y muchos caballeros. Yo que siempre oí decir, Dime con quien andas y diréle quién eres, por ir con buena compañía puse el pié en el umbral del camino, y sin sentirlo me hallé resbalado en medio de él como el que se desliza por el hielo, y topé con lo que habia menester; porque aquí todos eran bailes y fiestas, juegos y saraos; y no el otro camino, que por falta de sastres iban en él desnudos y rotos, y aquí nos sobraban mercaderes, joyeros y todos oficios; pues ventas, á cada paso; y bodegones, sin número. No podré encarecer qué contento me hallé en ir en compañía de gente tan honrada, aunque el camino estaba algo embarazado, no tanto con las muías de los médicos, como con las barbas de los letrados, que era terrible la escuadra dellos que iba delante de unos jueces. No digo esto porque fuese menor el batallón de los doctores, á quien nueva elocuencia llama ponzoñas graduadas, pues se sabe que en las universidades estudian para tósigos. Animóme para proseguir mi camino el ver no solo que iban muchos por él, sino la alegría que llevaban, y que del otro se pasaban algunos al nuestro, y del nuestro al otro, por sendas secretas.

Otros caian que no se podían tener, y entre ellos fué de ver el cruel resbalón que una lechigada de taberneros dió en las lágrimas que otros habian derramado en el camino, que por ser agua se les fueron los pies, y dieron en nuestra senda unos sobre otros. Ibamos dando vaya á los que veíamos por el camino de la virtud más trabajados. Hacíamos burla dellos; llamábamosles heces del mundo y desecho de la tierra. Algunos se tapaban los oídos y pasaban adelante; otros que se paraban á escucharnos, dellos desvanecidos de las muchas voces, y dellos persuadidos de las razones, y corridos de las vayas, caian y se bajaban. Vi una senda por donde iban muchos hombres de la misma suerte que los buenos, y desde lejos parecía que iban con ellos mismos; y llegado que hube, vi que iban entre nosotros. Estos me dijeron que eran los hipócritas, gente en quien la penitencia, el ayuno, que en otros son mercancía del cielo, es noviciado del infierno. Iban muchas mujeres tras estos, los cuales, siendo enredo con barba, y maraña con ojos, y embeleco, andaban salpicando de mentira á todos, siendo estanques donde pescan adrollas los embustidores. Otros se encomiendan á ellos, que es como encomendarse al diablo por tercera persona. Estos hacen oficio la humildad, y pretenden honra yendo de estrado en estrado y de mesa en mesa. Al fin conocí que iban arrebozados para nosotros; mas para los ojos eternos, que abiertos sobre todos juzgan el secreto más escuro de los retiramientos del alma, no tienen máscara; bien que hay muchos buenos: mas son diferentes destos, á quien ántes se les ve la disimulación que la cara, y alimentan su ambiciosa felicidad de aplauso de los pueblos; y diciendo que son unos indignos y grandísimos pecadores y los más malos de la tierra, llamándose jumentos, engañan con la verdad, pues siendo hipócritas, lo son al fin. Iban estos solos aparte, y reputados por más necios que los moros, más zafios que los bárbaros y sin ley, pues aquellos, ya que no conocieron la vida eterna, ni la van á gozar, conocieron la presente y holgáronse en ella; pero los hipócritas ni la una ni la otra conocen, pues en esta se atormentan y en la otra son atormentados; y en conclusión, destos se dice con toda verdad que ganan el infierno con trabajos, todos íbamos diciendo mal unos de otros; los ricos tras la riqueza, los pobres pidiendo á los ricos lo que Dios les quitó. Van por un camino los discretos, por no dejarse gobernar de otros; y los necios, por no entender á quien los gobierna, aguijan á todo andar. Las justicias llevan tras sí los negociantes, la pasión á las mal gobernadas justicias, y los reyes desvanecidos y ambiciosos todas las repúblicas. Ví algunos soldados, pero pocos; que por la otra senda infinitos iban en hileras ordenados honradamente triunfando; pero los pocos que nos cupieron acá era gente que si, como habian extendido el nombre de Dios jurando, lo hubieran hecho peleando, fueran famosos. Dos corrilleros solos iban muy desnudos, que por la mayor parte los tales que viven por su culpa traen los golpes en los vestidos, y sanos los cuerpos. Andaban contando entre sí las ocasiones en que se habian visto, los malos pasos que habian andado (que nunca estos andan en buenos pasos). Nada los oíamos; solo cuando por encarecer sus servicios dijo uno á los otros:

—¿Qué digo, camarada? ¡Qué trances hemos pasado y qué tragos! Lo de los tragos se les creyó. Miraban á estos pocos los muchos capitanes, maestres de campo, generales de ejércitos que iban por el camino de la mano derecha enternecidos. Y oí decir á uno dellos que no lo pudo sufrir, mirando las hojas de lata llenas de papeles inútiles que llevaban estos ciegos:

¿Qué digo, soldados por acá? ¿Esto es de valientes: dejar este camino de miedo de sus dificultades? Venid, que por aquí de cierto sabemos que solo coronan al que vence. ¿Qué vana esperanza os arrastra con anticipadas promesas de los reyes? No siempre con al-. mas vendidas es bien que temerosamente suene en vuestros oídos: Mata ó muere. Reprended la hambre del premio, que de buen varón es seguir la virtud sola, y de cudiciosos los premios no más; y quien no sosiega en la virtud y la sigue por el interés y mercedes que se siguen, más es mercader que virtuoso, pues la hace á precio de perecedores bienes. Ella es dón de sí misma; quietaos en ella. Y aquí alzó la voz y dijo: Advertid que la vida del hombre es guerra consigo mismo, y que toda la vida nos tienen en arma los enemigos del alma, que nos amenazan más dañoso vencimiento; y advertid que ya los príncipes tienen por deuda nuestra sangre y vida, pues perdiéndolas por ellos, los más dicen que los pagamos, y no que los servimos: volved, volved. Oyéronlo ellos muy atentamente, y enternecidos y enseñados, se encaminaron bien con los demás soldados. Iban las mujeres al infierno tras el dinero de los hombres, y los hombres tras ellas y su dinero, tropezando unos con otros. Noté cómo al fin del camino de los buenos algunos se engañaban y pasaban al de la perdición; porque como ellos saben que el camino es angosto, y el del infierno ancho, y al acabar veian el suyo ancho y el nuestro angosto, pensando que habian errado ó trocado los caminos, se pasaban acá, y de acá allá los que se desengañaban del remate del nuestro. Vi una mujer que iba á pié, y espantado de que mujer se fuese al infierno sin silla ó coche, busqué un escribano que me diera fe dello, y en todo el camino del infierno pude hallar ningún escribano ni alguacil; y como no los vi en él, luego colegí que era aquel el camino, y este otro al revés. Quedé algo consolado, y solo me quedaba duda que como yo habia oido decir que iban con grandes asperezas y penitencias por el camino dél, y veia que todos se iban holgando, cuando me sacó desta duda una gran parva de casados que venian con sus mujeres de las manos, y que la mujer era ayuno del marido, pues por darle la perdiz y el capón no comia; y que era su desnudez, pues por darle galas demasiadas y joyas impertinentes iba en cueros; y al fin, conocí que un mal casado tiene en su mujer toda la herramienta necesaria para la muerte, y ellos y ellas á veces el infierno portátil. Ver esta asperísima penitencia me confirmó de nuevo en que íbamos bien. Mas duróme poco, porque oí decir á mis espaldas:

—Dejen pasar los boticarios.

—¿Boticarios pasan? dije yo entre mí, al infierno vamos. Y fué así, porque al punto nos hallámos dentro por una puerta como de ratonera, fácil de entrar é imposible de salir por ella.

Y fué de ver que nadie en todo el camino dijo: Al infierno vamos; y todos, estando en él, dijeron muy espantados:

—En el infierno estamos.

—¿En el infierno? dije yo muy afligido: no puede ser. Quíselo poner á pleito: comencéme á lamentar de las cosas que dejaba en el mundo; los parientes, los amigos, los conocidos, las damas. Y estando llorando esto, volví la cara hácia el mundo, y vi venir por el mismo camino, despeñándose á todo correr, cuanto habia conocido allá, poco menos. Consoléme algo en ver esto, y que segun se daban priesa á llegar al infierno, estarían conmigo presto. Comenzóseme á hacer áspera la morada y desapacibles los zaguanes.

Fui entrando poco á poco entre unos sastres que se me llegaron, que iban medrosos de los diablos. En la primera entrada hallámos siete demonios escribiendo los que íbamos entrando. Preguntáronme mi nombre: díjele, y pasé. Llegaron á mis compañeros, y dijeron que eran remendones, y dijo uno de los diablos:

—Deben entender los remendones en el mundo que no se hizo el infierno sino para ellos, segun se vienen por acá. Preguntó otro diablo cuántos eran. Respondieron que ciento, y replicó un verdugo mal barbado entre cano:

—¿Ciento y sastres? no pueden ser tan pocos; la menor partida que habernos recibido ha sido de mil y ochocientos. En verdad que estamos por no recibirles. Afligiéronse ellos, mas al fin entraron. Ved cuáles son los malos, que es para ellos amenaza el no dejarlos entrar en el infierno. Entró el primero un negro, chiquito, rubio, de mal pelo; dió un salto en viéndose allá, y dijo:

—Ahora acá estamos todos. Salió de un lugar donde estaba aposentado un diablo de marca mayor, corcovado y cojo; y arrojándolos en una hondura muy grande, dijo:

—Allá va leña. Por curiosidad me llegué á él y le pregunté de qué estaba corcovado y cojo, y me dijo (que era diablo de pocas palabras):

—Yo era recuero de remendones, iba por ellos al mundo, y de traerlos á cuestas me hice corcovado y cojo; he dado en la cuenta, y hallo que se vienen ellos mucho más apriesa que yo los puedo traer. En esto hizo otro vómito dellos el mundo, y hube de entrarme porque no habia dónde estar ya allí, y el monstruo infernal empezó á traspalar, y diz que es la mejor leña que se quema en el infierno, remendones de todo oficio, gente que solo tiene bueno ser enemiga de novedades.

Pasé adelante por un pasadizo muy escuro, cuando por mi nombre me llamaron. Volví á la voz los ojos, casi tan medrosa como ellos, y hablóme un hombre, que por las tinieblas no pude divisar más de lo que la llama que le atormentaba me permitia.

—¿No me conoce? me dijo, á... (ya lo iba á decir) y prosiguió tras su nombre, el librero. Pues yo soy. ¡Quién tal pensara! Y es verdad, Dios, que yo siempre lo sospeché, porque era su tienda el burdel de los libros, pues todos los cuerpos que tenia eran de la gente de la vida, escandalosos y burlones. Un rótulo que decia: Aquí se vende tinta fina, papel batido y dorado, pudiera condenar á otro que hubiera menester más apetitos por ello. ¿Qué quiere? me dijo viéndome suspenso tratar conmigo estas cosas; pues es tanta mi desgracia que todos se condenan por las malas obras que han hecho, y yo y algunos libreros nos condenamos por las obras malas que hacen los otros, y por lo que hicimos barato de los libros en romance y traducidos de latin, sabiendo ya con ellos los tontos lo que encarecían en otros tiempos los sabios; que ya hasta el la cayo latiniza, y hallarán á Horacio en castellano en la caballeriza. Más iba á decir, sino que un demonio le comenzó á atormentar con humazos de hojas de sus libros, y otro á leerle algunos dellos. Yo, que vi que ya no hablaba, fuíme adelante, diciendo entre mi: Si hay quien se condena por obras malas ajenas, ¿qué harán los que las hicieron propias?

En esto iba, cuando en una gran zahúrda andaban mucho número de ánimas gimiendo, y muchos diablos con látigos y zurriagas azotándolos. Pregunté qué gente eran, y dijeron que no eran sino cocheros; y dijo un diablo lleno de cazcarrias, romo y calvo, que quisiera más (á manera de decir) lidiar con lacayos; porque habia cochero de aquellos que pedia aun dineros por ser atormentado, y que la tema de todos era que habian de poner pleito á los diablos por el oficio, pues no sabían chasquear los azotes tan bien como ellos.

—¿Qué causa hay para que estos penen aquí? dije, tan presto se levantó un cochero viejo de aquellos, barbinegro y mal carado, y dijo:

—Señor, porque siendo picaros nos venimos al infierno á caballo y mandando. Aquí le replicó el diablo:

—¿Y por qué callais lo que encubristeis en el mundo, los pecados que facilitastes, y lo que mentistes en un oficio tan vil? Dijo un cochero (que lo habia sido de un caballero, y aun esperaba que le habia de sacar de allí):

—No ha habido tan honrado oficio en el mundo de diez años á esta parte, pues nos llegaron á poner cotas y sayos vaqueros, hábitos largos y valona, en forma de cuellos bajos. ¿Cómo supieran condenarse las mujeres de los picaros en su rincón si no fuera por el desvanecimiento de verse en coche? Que hay mujer destos de honra postiza que se fué por su pié al dón, y por tirar una cortina, ir á una testera hartará de ánimas á Perogotero.

—Así, dijo un diablo, soltóse el cocherillo y no callará en diez años.

—¿Qué he de callar, dijo, si nos tratais de esta manera debiendo regalarnos? Pues no os traemos al infierno la hacienda maltratada, arrastrada y á pié, llena de lodos como los siempre rotos escuderos, zanqueando y despeados, sino sahumada, descansada, limpia, y en coche. Por otros lo hiciéramos que lo supieran agradecer. Pues ¡decir que merezco yo eso por barato y bien hablado y aguanoso, ó porque llevé tullidos á misa, enfermos á comulgar, ó monjas á sus conventos! No se probará que en mi coche entrase nadie con buen pensamiento... ¿y tras desto me das este pago?

—Vía, dijo un demonio mulato y zurdo: redobló los palos, y callaron; y forzóme ir adelante el mal olor de los cocheros que andaban por allí..

Y lleguéme á unas bóvedas donde comencé á tiritar de frió y dar diente con diente, que me helaba. Pregunté, movido de la novedad de ver frió en el infierno, qué era aquello, y salió á responder un diablo zampo, con espolones y grietas, lleno de sabañones, y dijo:

—Señor, este frió es de que en esta parte están recogidos los bufones, truhanes y juglares chocarreros, hombres por de más y que sobran en el mundo, y que están aquí retirados, porque si anduvieran por el infierno sueltos, su frialdad es tanta, que templaría el dolor del fuego. Pedíle licencia para llegar á verlos: diómela, y calofriado llegué y vi la más infame casilla del mundo, y una cosa que no habrá quien lo crea, que se atormentaban unos á otros con las gracias que habian dicho acá. Y entre los bufones vi muchos hombres honrados que yo habia tenido por tales: pregunté la causa, y respondióme un diablo que eran aduladores, y que por esto eran bufones de entre cuero y carne. Y repliqué yo, cómo se condenaban; y me respondieron:

—Gente es que se viene acá sin avisar, á mesa puesta y á cama hecha como en su casa. Y en parte los queremos bien, porque ellos se son diablos para sí y para otros, y nos ahorran de trabajos, y se condenan á sí mismos; y por la mayor parte en vida los más ya andan con marca del infierno, porque el que no se deja arrancar los dientes por dinero, se deja matar hachas en las nalgas ó pelar las cejas; y así, cuando acá los atormentamos, muchos dellos después de las penas solo echan menos las pagas.; Veis aquel? me dijo; pues mal juez fué y está entre los bufones, pues por dar gusto no hizo justicia, y á los derechos que no hizo tuertos, los hizo bizcos. Aquel fué marido descuidado, y está también entre los bufones, porque por dar gusto á todos vendió el que tenia con su esposa, y tomaba á su mujer en dineros como ración, y se iba á sufrir. Aquella mujer, aunque principal, fué juglar, y está entre los truhanes porque por dar gusto hizo plato de sí misma á todo apetito. Al fin, de todos estados entran en el número de los bufones, y por eso hay tantos, que, bien mirado, en el mundo todos sois bufones, pues los unos os andais riendo de los otros, y en todos, como digo, es naturaleza, y en unos pocos oficio. Fuera destos, hay bufones desgranados y bufones en racimos. Los desgranados son los que de uno en uno y de dos en dos andan á casa de los señores. Los en racimo son los faranduleros miserables de bululú; y destos os certifico que si ellos no se nos viniesen por acá, que nosotros no iríamos por ellos.

Trabóse una pendencia adentro, y el diablo acudió á ver lo que era. Yo, que me vi suelto, entróme por un corral adelante, y hedia á chinches que no se podia sufrir. A chinches hiede, dije yo; apostaré que alojan por aquí los zapateros; y fué así, porque luego sentí el ruido de los bojes y vi los tranchetes. Tapéme las narices, y asomóme á la zahúrda donde estaban, y habia infinitos. Díjome el guardian:

—Estos son los que vinieron consigo mismos, digo, en cueros; y como otros se van al infierno por su pié, estos se van por los ajenos y por los suyos, y así vienen tan ligeros. Y doy fe de que en todo el infierno no hay árbol ninguno chico ni grande, y que mintió irgilio en decir que habia mirtos en el lugar de los amantes, porque yo no vi selva ninguna sino en el cuartel que dije de los zapateros, que estaba todo lleno dé bojes, que no se gasta otra madera en los edificios.

Estaban todos los zapateros vomitando de asco de unos pasteleros que se les arrimaban á las puertas, que no cabian en un silo, donde estaban tantos que andaban mil diablos con pisones atestando almas de pasteleros, y aun no bastaban.

—¡Ay de nosotros, dijo uno, que nos condenamos por el pecado de la carne, sin conocer mujer, tratando más en huesos! Lamentábase bravamente, cuando dijo un diablo:

—Ladrones, ¿quién merece el infierno mejor que vosotros, pues habéis hecho comer á los hombres caspa, y os han servido de pañizuelos los de á real, sonándoos en ellos, donde algunas veces pasó por caña el tuétano de las narices? ¿Qué de estómagos pudieran ladrar, si resucitaran los perros que les hicistes comer? ¿Cuántas veces pasó por pasa la mosca golosa, y muchas fué el mayor bocado de carne que comió el dueño del pastel? ¿Qué de dientes habéis hecho jinetes, y qué de estómagos habéis traido á caballo, dándoles á comer rocines enteros? ¿Y os quejáis, siendo gente ántes condenada que nacida, los que hacéis así vuestro oficio? ¿Pues qué pudiera decir de vuestros caldos? Mas no soy amigo de revolver caldos. Padeced y callad enhoramala; que más hacemos nosotros en atormentaros que vosotros en sufrirlo. Y vos andad adelante, me dijo á mí, que tenemos que hacer estos y yo.

Partíme de allí, y subíme por una cuesta donde en la cumbre y alrededor se estaban abrasando unos hombres en fuego inmortal, el cual encendían los diablos, en lugar de fuelles, con corchetes, que soplaban mucho más; que aun allá tienen este oficio y son abanicos de culpas y resuello de la provincia, y vaharada del verdugo.

Vi un mercader que poco ántes habia muerto.

—¿Acá estáis? dije yo. ¿Qué os parece? ¿No valiera más haber tenido poca hacienda y no estar aquí? Dijo en esto uno de los atormentadores:

—Pensaron que no habia más, y quisieron con la vara de medir sacar agua de las piedras. Estos son, dijo, los que han ganado como buenos caballeros el infierno por sus pulgares, pues á puras pulgaradas se nos vienen acá. Mas ¿quién duda que la oscuridad de sus tiendas les prometia estas tinieblas? Gente es esta (dijo al cabo muy enojado) que quiso ser como Dios, pues pretendieron ser sin medida; mas él, que todo lo ve, los trajo de sus rasos á estos nublados, que los atormenten con rayos. Y si quieres acabar de saber cómo estos son los que sirven allá á la locura de los hombres juntamente con los plateros y buhoneros, has de advertir que si Dios hiciera que el mundo amaneciera cuerdo un dia, todos estos quedaran pobres, pues entonces se conociera que en el diamante, perlas, oro y sedas diferentes, pagamos más lo inútil y demasiado raro, que lo necesario y honesto. Y advertid ahora que la cosa que más cara se os vende en el mundo es lo que ménos vale, que es la vanidad que teneis; y estos mercaderes son los que alimentan todos vuestros desórdenes y apetitos. Tenia talle de no acabar sus propiedades, si yo no me pasara adelante, movido de admiración de unas grandes carcajadas que oí. Fuíme allá por ver risa en el infierno, cosa tan nue muy bien vestidos, con calzas atacadas: el uno con capa y gorra, puños como cuellos, y cuellos como calzas; el otro traia valones y un pergamino en las manos, y á cada palabra que hablaban se hundían siete ú ocho mil diablos de risa, y ellos se enojaban más. Llegúeme más cerca por oirlos, y oí al del pergamino, que á la cuenta era hidalgo, que decia:

—Pues si mi padre se decia tal cual, y soy nieto de Esteban tales y cuales, y ha habido en mi linaje trece capitanes valerosísimos, y de parte de mi madre doña Rodriga desciendo de cinco catedráticos de los más doctos del mundo, ¿cómo me puedo haber condenado? Y tengo mi ejecutoria y soy libre de todo, y no debo pagar pecho.

—Pues pagad espalda, dijo un diablo, y dióle luego cuatro palos en ellas, que le derribó de la cuesta, y luego le dijo: Acabáos de desengañar que el que desciende del Cid, de Bernardo y de Gofredo, y no es como ellos, sino vicioso como vos, ese tal más destruye el linaje que lo hereda. Toda la sangre, hidalguillo, es colorada, parecedlo en las costumbres, y entonces creeré que descendeis del docto cuando lo fuéredes ó procuráredes serlo; y si no, vuestra nobleza será mentira breve en cuanto durare la vida; que en la chancillería del infierno arrúgase el pergamino y consúmense las letras; y el que en el mundo es virtuoso, ese es el hidalgo, y la virtud es la ejecutoria que acá respetamos, pues aunque descienda de hombres viles y bajos, como él con divinas costumbres se haga digno de imitación, se hace noble á sí y hace linaje para otros. Reímonos acá de ver lo que ultrajais á los villanos, moros y judíos, como si en estos no cupieran las virtudes que vosotros despreciáis. Tres cosas son las que hacen ridículos á los hombres: la primera la nobleza, la segunda la honra, la tercera la valentía, pues es cierto que os contentáis con que hayan tenido vuestros padres virtud y nobleza para decir que la teneis vosotros, siendo inútil parto del mundo. Acierta á tener muchas letras el hijo del labrador; es arzobispo el villano que se aplica á honestos estudios; y los caballeros que descienden de buenos padres, como si hubieran ellos de gobernar el cargo que les dan, quieren (¡ved qué ciegos!) que les valga á ellos viciosos la virtud ajena de trescientos mil años, ya casi olvidada, y no quieren que el pobre se honre con la propia. Carcomióse el hidalgo al oir estas cosas, y el caballero que estaba á su lado se afligía, pegando los abanillos del cuello y volviendo las cuchilladas de las calzas.

«¿Pues qué diré de la honra mundana? Que más tiranías hace en el mundo y más daños, y la que más gustos estorba. Muere de hambre un caballero pobre, no tiene con qué vestirse, ándase roto y remendado, ó da en ladrón, y no lo pide porque dice que tiene honra, ni quiere servir porque dice que es deshonra. Todo cuanto se busca y afana dicen los hombres que es por sustentar honra. ¡Oh lo qué gasta la honra! Y llegado á ver lo que es la honra mundana, no es nada. Por la honra no come el que tiene gana donde le sabría bien. Por la honra se muere la viuda entre dos paredes. Por la honra, sin saber qué es hombre ni qué es gusto, se pasa la doncella treinta años casada consigo misma. Por la honra la casada se quita á su deseo cuanto pide. Por la honra pasan los hombres el mar. Por la honra mata un hombre á otro. Por la honra gastan todos más de lo que tienen. Y es la honra mundana, segun esto, una necedad del cuerpo y alma, pues al uno quita los gustos y al otro el descanso. Y porque veáis cuáles sois los hombres desgraciados y cuán á peligro teneis lo que más estimáis, háse de advertir que las cosas de más valor en vosotros son la honra, la vida y la hacienda. La honra está en arbitrio de las mujeres, la vida en manos de los doctores, y la hacienda en las plumas de los escribanos.

—Desvaneceos pues bien, mortales, dije yo entre mí, ¡y cómo se echa de ver que esto es el infierno, donde por atormentar á los hombres con amarguras les dicen las verdades!

Tornó en esto á proseguir, y dijo:

—La valentía. ¿Hay cosa tan digna de burla? pues no habiendo ninguna en el mundo sino la caridad, con que se vence la fiereza de otros, y la de sí mismo y la de los mártires, todo el mundo es de valientes; siendo verdad que todo cuanto hacen los hombres, cuanto han hecho tantos capitanes valerosos como ha habido en la guerra, no lo han hecho de valentía, sino de miedo, pues el que pelea en la tierra por defendella pelea de miedo de mayor mal, que es ser cautivo y verse muerto; y el que sale á conquistar los que están en sus casas, á veces lo hace de miedo de que el otro no le acometa; y los que no llevan este intento van vencidos de la cudicia. Ved qué valientes: á robar oro y á inquietar los pueblos apartados, á quien Dios puso como defensa á nuestra ambición, mares en medio y montañas ásperas! Mata uno á otro primero vencido de la ira, pasión ciega, y otras veces de miedo de que le mate á él. Así, hombres que todo lo entendeis al revés, bobo llamáis al que no es sedicioso, alborotador y maldiciente; sabio llamais al mal acondicionado, perturbador y escandaloso; valiente al que perturba el sosiego; y cobarde al que con bien compuestas costumbres, escondido de las ocasiones, no da lugar á que le pierdan el respeto. Estos tales son en quien ningún vicio tiene licencia.

—¡Oh pésia tal! dije yo, más estimo haber oido este diablo que cuanto tengo. Dijo en esto el de las calzas atacadas muy mohino:

—Todo eso se entiende con ese escudero, pero no conmigo, á fe de caballero (y tornó á decir caballero tres cuartos de hora), que es ruin término y descortesía: ¡deben de pensar que todos somos unos! Esto les dió á los diablos grandísima risa. Y luego llegándose uno á él, le dijo que se desenojase y mirase qué habia menester y qué era la cosa que más pena le daba, porque le querían tratar como quien era. Y al punto dijo:

—Bésoos las manos; un molde para repasar el cuello. Tornaron á reír, y él á atormentarse de nuevo.

Yo, que tenia gana de ver todo lo que hubiese, pareciendo que me habia detenido mucho, me partí; y á poco que anduve topé una laguna muy grande como el mar, y más sucia, á donde era tanto el ruido, que se me desvaneció la cabeza. Pregunté lo que era aquello, y dijéronme que allí penaban las mujeres que en el mundo se volvieron dueñas. Así supe como las dueñas de acá son ranas del infierno, que eternamente como ranas están hablando, sin tono y sin són, húmedas y en cieno, y son propiamente ranas infernales; porque las dueñas ni son carne ni pescado, como ellas. Dióme grande risa el verlas convertidas en sabandijas tan pierniabiertas, y que no se comen sino de medio abajo, como la dueña, cuya cara siempre es trabajosa y arrugada.

Salí, dejando el charco á mano izquierda, á una dehesa donde estaban muchos hombres arañándose y dando voces, y eran infinitísimos, y tenia seis porteros. Pregunté á uno qué gente era aquella tan vieja y tan en cantidad.

—Este es, dijo, el cuarto de los padres que se condenan por dejar ricos á sus hijos, que por otro nombre se llama el cuarto de los necios.

—¡Ay de mí! dijo en esto uno, que no tuve dia sosegado en la otra vida, ni comí ni vestí, por hacer un mayorazgo, y despues de hecho, por aumentarle; y en haciéndole, me morí sin médico por no gastar dineros amontonados; y apénas espiré, cuando mi hijo se enjugó las lágrimas con ellos; y cierto de que estaba en el infierno por lo que vió que habia ahorrado, viendo que no habia menester misas, no me las dijo, ni cumplió manda mia; y permite Dios que aquí para más pena le vea desperdiciar lo que yo afané, y le oigo decir: Ya se condenó mi padre: ¿por qué no tomó más sobre su ánima, y se condenó por cosas de más importancia?

—¿Quereis saber, dijo un demonio, qué tanta verdad es esa, que tienen ya por refrán en el mundo contra estos miserables decir: Dichoso el hijo que tiene á su padre en el infierno? Apénas oyeron esto, cuando se pu sieron todos á aullar y darse de bofetones. Hiriéronme lástima; no lo pude sufrir, y pasé adelante.

Y llegando á una cárcel oscurísima, oí grande ruido de cadenas y grillos, luego, azotes y gritos. Pregunté á uno de los que allí estaban qué estancia era aquella, y dijéronme que era el cuarto de los de: ¡Oh quién hubiera!

—No lo entiendo, dije. ¿Quién son los de oh quién hubiera? Dijo al punto:

—Son gente necia que en el mundo vivia mal, y se condenó sin entenderlo, y ahora acá se les va todo en decir: ¡Oh quién hubiera oido misa! ¡Oh quién hubiera callado! ¡Oh quién hubiera favorecido al pobre! ¡Oh quién no hubiera hurtado! Huí medroso de tan mala gente y tan ciega, y di en unos corrales con otra peor. Pero admiróme más el título con que estaban aquí, porque preguntándoselo á un demonio, me dijo:

—Estos son los de: Dios es piadoso.

—Dios sea conmigo, dije al punto: ¿pues cómo puede ser que la misericordia condene, siendo eso de la justicia? Vos habiais como diablo.

—Y vos, dijo el maldito, como ignorante, pues no sabéis que la mitad de los que están aquí se condenan por la misericordia de Dios; y si no, mirad cuántos son los que cuando hacen algo mal hecho y se lo reprenden, pasan adelante, y dicen: Dios es piadoso, y no mira en niñerías; para eso es la misericordia de Dios tanta; y con esto, miéntras ellos haciendo mal esperan en Dios, nosotros los esperamos acá.

—¿Luego no se ha de esperar en Dios y en su misericordia? dije yo.

—No lo entiendes, me respondieron; que de la piedad de Dios se ha de fiar, porque ayuda á buenos deseos y premia buenas obras, pero no todas veces con consentimiento de obstinaciones; que se burlan á sí las almas que consideran la misericordia de Dios encubridora de maldades, y la aguardan como ellas la han menester, y no como ella es, purísima y infinita en los santos y capaces della; pues los mismos que más en ella están confiados, son los que menos la dan para su remedio. No merece la piedad de Dios quien, sabiendo que es tanta, la convierte en licencia, y no en provecho espiritual. Y de muchos tiene Dios misericordia que no la merecen ellos; y en los más es así, pues nada de su mano pueden sino por favor, y el hombre que más hace es procurar merecerla.

—Porque no os desvanezcáis, y sepáis que aguardais siempre al postrero dia lo que quisiérades haber hecho al primero, y que las más veces está pasado por vosotros lo que temeis que ha de venir; esto se ve y se oye en el infierno. ¡Ah lo que aprovechara allá uno destos escarmentados!

Diciendo esto, llegué á una caballeriza donde estaban los tintoreros, que no averiguara un pesquisidor quiénes eran, porque los diablos parecian tintoreros, y los tintoreros diablos. Pregunté á un mulato, que á puros cuernos tenia hecha espetera la frente, ¿que dónde estaban los sodomitas, las viejas y los cornudos? Dijo:

—En todo el infierno están; que esa es gente que en vida son diablos, pues es su oficio traer corona de hueso. De los sodomitas y viejas no solo no sabemos dellos, pero ni querríamos saber que supiesen de nos otros... De las viejas, porque aun acá nos enfadan y atormentan, y no hartas de vida, hay algunas que nos enamoran, muchas han venido acá muy arrugadas y canas, y sin diente ni muela, y ninguna ha venido cansada de vivir. Y otra cosa más graciosa, que si os informáis dellas, ninguna vieja hay en el infierno, porque la que está calva y sin muelas, arrugada y lagañosa de pura edad y de puro vieja, dice que el cabello se le cayó de una enfermedad; que los dientes y muelas se le cayeron de comer dulce; que está jibada de un golpe; y no confesará que son años, si pensara remozar por confesarlo.

Junto á estos estaban unos pocos dando voces, y quejándose de su desdicha.

—¿Qué gente es estar pregunté; y respondióme uno dellos:

—Los sin ventura, muertos de repente.

—Mentís, dijo un diablo; que ningún hombre muere de repente; de descuidado y divertido sí. ¿Cómo puede morir de repente quien dende que nace ve que va corriendo por la vida, y lleva consigo la muerte? ¿Qué otra cosa veis en el mundo, sino entierros, muertos y sepulturas? ¿Qué otra cosa oís en los pulpitos, y leeis en los libros? ¿A qué volvéis los ojos, que no os acuerde de la muerte? Vuestro vestido que se gasta, la casa que se cae, el muro que se envejece, y hasta el sueño cada dia os acuerda de la muerte, retratándola en sí. ¿Pues cómo puede haber hombre que se muera de repente en el mundo, si siempre lo andan avisando tantas cosas? No os habéis de llamar, nó, gente que murió de repente, sino gente que murió incrédula de que podia morir así, sabiendo con cuán secretos pies entra la muerte en la mayor mocedad, y que en una misma hora, en dar bien y mal, suele ser madre y madrastra.

Volví la cabeza á un lado, y vi en un seno muy grande apretura de almas, y dióme un mal olor.

—¿Qué es esto? dije; y respondióme un juez amarillo que estaba castigándolos:

—Estos son los boticarios, que tienen el infierno lleno de bote en bote; gente que, como otros buscan ayudas para salvarse, estos las tienen para condenarse hacen de las moscas, del estiércol; oro hacen de las arañas, de los alacranes y sapos; y oro hacen del papel, pues venden hasta el papel en que dan el ungüento. Así que solo para estos puso Dios virtud en las yerbas y piedras y palabras, pues no hay yerba, por dañosa que sea y mala, que no les valga dineros, hasta la ortiga y cicuta; ni hay piedra que no les dé ganancia, hasta el guijarro crudo, sirviendo de moleta. En las palabras también, pues jamás á estos les falta cosa que Estos son los verdaderos alquimistas; que no Demócrito Abderita en la Arte sacra, Avicena, Géber, ni Raimundo Llull; porque ellos escribieron cómo de los metales se podia hacer oro, y no lo hicieron ellos; y si lo hicieron, nadie lo ha sabido hacer después acá; pero estos tales boticarios de la agua turbia (que no clara) hacen oro, y de los palos; oro les pidan, aunque no la tengan, como vean dinero, pues dan por aceite de matiolo aceite de ballena, y no compra sino las palabras el que compra. Y su nombre no habia de ser boticario, sino armeros; ni sus tiendas no se habian de llamar boticas, sino armerías de los doctores, donde el médico toma la daga de los lamedores, el montante de los jarabes, y el mosquete de la purga maldita, demasiada, recetada á mala sazón y sin tiempo. Allí se ve todo esmeril de ungüentos, la asquerosa arcabucería de melecinas con munición de calas. Muchos destos se salvan; pero no hay que pensar que cuando mueren tienen con qué enterrarse. Y si quereis reir, ved tras ellos los barberillos cómo penan, que en subiendo esos dos escalones, están en ese cerro.

Pero pasé allá, y vi (¡qué cosa tan admirable y qué justa pena!) los barberos atados y las manos sueltas, y sobre la cabeza una guitarra, y entre las piernas un ajedrez con las piezas de juego de damas; y cuando iba con aquella ansia natural de pasacalles á tañer, la guitarra le huia, y cuando volvía abajo á dar de comer una pieza, se le sepultaba el ajedrez, y esta era su pena. No entendí salir de allí de risa.

Estaban tras de una puerta unos hombres, muchos en cantidad, quejándose de que no hiciesen caso dellos, aun para atormentarlos; y estábales diciendo un diablo, que eran todos tan diablos como ellos, que atormentasen á otros.

—¿Quién son? le pregunté. Y dijo el diablo:

—Hablando con perdón, los zurdos, gente que no puede hacer cosa á derechas, quejándose de que no están con los otros condenados; y acá dudamos si son hombres ó otra cosa; que en el mundo ellos no sirven sino de enfados y de mal agüero; pues si uno va en negocios y topa zurdos, vuelve como si topara un cuervo ó oyera una lechuza. Y habéis de saber que cuando Scévola se quemó el brazo derecho porque erró á Porsena (que fué, no por quemarle y quedar manco, sino queriendo hacer en sí un gran castigo), dijo: (Así, que erré el golpe? Pues en pena he de quedar zurdo. Y cuando la justicia manda cortar á uno la mano derecha por una resistencia, es la pena hacerle zurdo, no el golpe. Y no queráis más, que queriendo el otro echar una maldición muy grande, fea y afrentosa, dijo:

Lanzada de moro izquierdo

Te atraviese el corazon.

Y en el dia del juicio todos los condenados, en señal de serlo, estarán á la mano izquierda. Al fin es gente hecha al revés, y que se duda si son gente.

En esto me llamó un diablo por señas, y me advirtió con las manos que no hiciese ruido. Lleguéme á él, y asomóme á una ventana, y dijo:

—Mira lo que hacen las feas. Y veo una muchedumbre de mujeres, unas tomándose puntos en las caras, otras haciéndose de nuevo, porque ni la estatura en los chapines, ni la ceja con el cohol, ni el cabello en la tinta, ni el cuerpo en la ropa, ni las manos con la muda, ni la cara con el afeite, ni los labios con la color, eran los con que nacieron ellas. Y vi algunas poblando sus calvas con cabellos que eran suyos solo porque los habian comprado. Otra vi que tenia su media cara en las manos, en los botes de unto y en la color.

—Y no queráis más de las invenciones de las mujeres, dijo un diablo; que hasta resplandor tienen sin ser soles ni estrellas. Las más duermen con una cara, y se levantan con otra al estrado; y duermen con unos cabellos y amanecen con otros. Muchas veces pensáis que gozáis las mujeres de otro, y no pasais el adulterio de la carne. Mirad cómo consultan con el espejo sus caras. Estas son las que se condenan solamente por buenas, siendo malas. Espantóme la novedad de la causa con que se habian condenado aquellas mujeres; y volviendo vi un hombre asentado en una silla á solas, sin fuego, ni hielo, ni demonio, ni pena alguna, dando las más desesperadas voces que oí en el infierno, llorando el propio corazon, haciéndose pedazos á golpes y á vuelcos. ¡Válgame Dios! dije en mi alma, ¿de qué se queja este no atormentándole nadie? Y él cada punto doblaba sus alaridos y voces.

—Dime, dije yo: ¿qué eres y de qué te quejas, si ninguno te molesta, si el fuego no te arde, ni el hielo te cerca?

—¡Ay! dijo dando voces, que la mayor pena del infierno es la mia: ¿verdugos te parece que me faltan? ¡Triste de mí, que los más crueles están entregados á mi alma! ¿No los ves? dijo; y empezó á morder la silla y á dar vueltas alrededor y gemir. Vélos, que sin piedad van midiendo á descompasadas culpas eternas penas. ¡Ay qué terrible demonio eres, memoria del bien que pude hacer, y de los consejos que desprecié y de los males que hice! ¡Qué representación tan continua! Déjasme tú, y sale el entendimiento con imaginaciones de que hay gloria que pude gozar, y que otros gozan á menos costa que yo mis penas! ¡Oh qué hermoso que pintas el cielo, entendimiento, para acabarme! Déjame un poco siquiera.; Es posible que mi voluntad no ha de tener paz conmigo un punto? ¡Ay, huésped, y qué tres llamas invisibles, y qué sayones incorpóreos me atormentan en las tres potencias del alma! Y cuando estos se cansan, entra el gusano de la conciencia, cuya hambre en comer del alma nunca se acaba: vesme aquí miserable y perpétuo alimento de sus dientes. Y diciendo esto, salió la voz:;Hay en todo este desesperado palacio quién trueque sus almas y sus verdugos á mis penas? Así, mortal, pagan los que supieron en el mundo, tuvieron letras y discurso, y fuéron discretos: ellos se son infierno y martirio de sí mismos.

Tornó amortecido á su ejercicio con más muestras de dolor. Apartóme de él medroso, diciendo:

—¡Ved de lo que sirve caudal de razón y doctrina y buen entendimiento mal aprovechado! ¡Quién se lo vió llorar solo, y tenia dentro de su alma aposentado el infierno!

Lleguéme, diciendo esto, á una gran compañía, donde penaban en diversos puestos muchos, y vi unos carros en que traian atenaceando muchas almas con pregones delante. Lleguéme á oir el pregón, y decia: Estos manda Dios castigar por escandalosos y porque dieron mal ejemplo. Y vi á todos los que penaban que cada uno los metia en sus penas, y así pasaban las de todos como causadores de su perdición. Pues estos son los que enseñan en el mundo malas costumbres, de quien dijo Dios que valiera más no haber nacido.

Pero dióme risa ver unos taberneros que se andaban sueltos por todo el infierno penando sobre su palabra, sin prisión ninguna, teniéndola cuantos estaban en él. Y preguntando por qué á ellos solos los dejan andar sueltos, dijo un diablo:

—Y les abrimos las puertas; que no hay para qué temer que se irán del infierno gente que hace en el mundo tantas diligencias para venir. Fuera de que los taberneros trasplantados acá, en tres meses son tan diablos como nosotros. Tenemos solo cuenta de que no lleguen al fuego de los otros, porque no lo agüen. Pero si quereis saber notables cosas, llegáos á aquel cerco: veréis en la parte del infierno más hondo á Judas con su familia descomulgada de malditos dispenseros.

Hícelo así, y vi á Judas, que me holgué mucho, cercado de sucesores suyos y sin cara. No sabré decir sino que me sacó de la duda de ser barbirojo como le pintan los extranjeros por hacerle español

Estaba pues Judas muy contento de ver cuán bien lo hacían algunos dispenseros en venirle á cortejar y á entretener (que muy pocos me dijeron que le dejaban de imitar). Miré más atentamente, y fuíme llegando donde estaba Judas, y vi que la pena de los dispenséis era que, como á Titio le come un buitre las entrañas, á ellos se las descarnaban dos aves que llaman sisones. Y un diablo decia á voces de rato en rato:

—Sisones son dispenseros, y los dispenseros sisones. A este pregón se estremecían todos, y Judas estaba con sus treinta dineros atormentándose. Yo le dije:

—Una cosa querría saber de tí: ¿por qué te pintan con botas y dicen por refrán las botas de Judas?

—No porque yo las truje (respondió); mas quisieron significar poniéndome botas que anduve siempre de camino para el infierno, y por ser dispensero; y así se han de pintar todos los que lo son. Esta fué la causa, y no lo que algunos han colegido de verme con botas, diciendo que era portugués, que es mentira; que yo fui... (y no me acuerdo bien de dónde me dijo que era, si de Calabria, si de otra parte). Y has de advertir que yo solo soy el dispensero que se ha condenado por vender, que todos los demás (fuera de algunos) se condenan por comprar. Y en lo que dices que fui traidor y maldito en dar á mi Maestro por tan poco precio, tienes razón; y no podia hacer yo otra cosa, fiándome de gente como los judíos, que era tan ruin que pienso que si pidiera un dinero más por él no me lo tomaran. Y porque estás muy espantado y fiado en que yo soy el peor hombre que ha habido, vé ahí debajo, y verás muchísimos tan malos. Véte, dijo, que ya basta de conversación, que no los escurezco.

—Dices la verdad, le respondí, y acogíme donde me señaló, y topé muchos demonios en el camino con palos y lanzas echando del infierno muchas mujeres hermosas y muchos malos letrados. Pregunté que por qué los querian echar del infierno á aquellos solos, y dijo un demonio:

—Porque eran de grandísimo provecho para la población del infierno en el mundo: las damas con sus caras y con sus mentirosas hermosuras y buenos pare ceres, y los letrados con buenas caras y malos pareceres; y que así los echaban porque trujesen gente.

Pero el pleito más intrincado y el caso más difícil que yo vi en el infierno fué el que propuso una mujer condenada con otras muchas por malas, enfrente de unos ladrones, la cual decia:

—Decidnos, señor, ¿cómo ha de ser esto de dar y recibir, si los ladrones se condenan por tomar lo ajeno, y la mujer por lo contrario. Dejé de escucharla, y pregunté (como nombraron ladrones) dónde estaban los escribanos.

—¡Es posible que no hay en el infierno ninguno, ni le pude topar en todo el camino! Respondióme un verdugo:

—Bien creo yo que no toparíades ninguno por él.

—Pues ¿qué hacen? ¿Sálvanse todos?

—Nó, dijo; pero dejan de andar, y vuelan con plumas. Y el no haber escribanos por el camino de la perdición no es porque infinitísimos que son malos no vienen acá por él, sino porque es tanta la prisa con que vienen, que volar y llegar y entrar es todo uno (tales plumas se tienen ellos); y así no se ven en el camino.

—Y acá, dije yo, ¿cómo no hay ninguno?

—Sí hay, me respondió; mas no usan ellos de nombre de escribano, que acá por gatos los conocemos. Y para que echcis de ver qué tantos hay, no habéis de mirar sino que con ser el infierno tan gran casa, tan antigua, tan mal tratada y sucia, no hay un ratón en toda ella, que ellos los cazan.

—¿Y los alguaciles malos no están en el infierno?

—Ninguno está en el infierno, dijo el demonio.

—¿Cómo puede ser, si se condenan algunos malos entre muchos buenos que hay?

—Dígoos que no están en el infierno, porque en cada alguacil malo, aun en vida, está todo el infierno en él. Santigüéme y dije:

—Brava cosa es lo mal que los quereis los diablos á los alguaciles.

—¿No los habernos de querer mal, pues segun son endiablados los malos alguaciles, tememos que han de venir á hacer que sobremos nosotros para lo que es materia de condenar almas, y que se nos han de levantar con el oficio de demonios, y que ha de venir Lucifer á ahorrarse de diablos y despedirnos á nosotros por recibirlos á ellos?

No quise en esta materia escuchar más, y así me fui adelante, y por una red vi un amenísimo cercado todo lleno de almas que, unas con silencio y otras con llanto, se estaban lamentando. Dijéronme que era el retiramiento de los enamorados. Gemí tristemente viendo que aun en la muerte no dejan los suspiros. Unos se respondían en sus amores, y penaban con dudosas desconfianzas. ¡Oh qué número dellos echaban la culpa de su perdición á sus deseos, cuya fuerza ó cuyo pincel los mintió las hermosuras! Los más estaban descuidados por penseque, segun me dijo un diablo.

—¿Quién es penseque, dije yo, ó qué género de delito? Rióse y replicó:

—No es sino que se destruyen, fiándose de fabulosos semblantes, y luego dicen pensé que no me obligara, pensé que no me amartelara, pensé que ella me diera á mí, y no me quitara, pensé que no tuviera otro con quien yo riñera, pensé que se contentara conmigo solo, pensé que me adoraba; y así todos los amantes están en el infierno por pensé que. Estos son la gente en quien más ejecuciones hace el arrepentimiento, y los que menos sabían de sí. Estaba en medio dellos el amor lleno de sarna, con un rótulo que decia:

No hay quien este amor no dome

Sin justicia ó con razón,

Porque es sarna y no afición

Amor que se pega y come.

—¿Coplica hay? dije yo: no andan lejos de aquí los poetas; cuando volviéndome á un lado veo una bandada de hasta cien mil dellos en una jaula, que llaman los Orates en el infierno. Volví á mirarlos, y díjome uno señalando á las mujeres:

—¿Qué, digo? ¡esas señoras hermosas todas se han vuelto medio camareras de los hombres, pues los desnudan y no los visten!

—¿Conceptos gastais aun estando aquí? Buenos cascos teneis, dije yo; cuando uno entre todos, que estaba aherrojado y con más penas que todos, dijo:

—¡Plegue á Dios, hermano, que así se vea el que inventó los consonantes! pues porque en un soneto

Dije que una señora era absoluta,

Y siendo más honesta que Lucrecia,

Por dar fin al cuarteto la hice

Forzóme el consonante á llamar necia

A la de más talento y mayor brio:

¡Oh ley del consonante dura y recia!

Habiendo en un terceto dicho lio,

Un hidalgo afrenté tan solamente

Porque el veiso acabó bien en judio.

A Heródes otra vez llamé inocente;

Mil veces á lo dulce dije amargo,

Y llamé al apacible impertinente.

Y por el consonante tengo á cargo

Otros delitos torpes, feos, rudos;

Y llega mi proceso á ser tan largo,

Que porque en una octava dije escudos,

Hice sin más ni más siete maridos,

Con honradas mujeres, ser

Aquí nos tienen, como ves, metidos.

Y por el consonante condenados.

¡Oh míseros poetas desdichados,

A puros versos, como ves, perdidos!

—¡Hay tan graciosa locura, dije yo, que aun aquí estáis sin dejarla ni de cansaros della! ¡Oh qué vi dellos! Y decia un diablo:

—Esta es gente que canta sus pecados como otros los lloran, pues en amancebándose, con hacerla pastora ó mora, la sacan á la vergüenza en un romancico por todo el mundo. Si las quieren á sus damas, lo más que les dan es un soneto ó unas octavas; y si las aborrecen ó las dejan, lo menos que les dejan es una sátira. ¡Pues qué es verlas cargadas de pradicos de esmeral das, de cabellos de oro, de perlas de la mañana, de fuentes de cristal, sin hallar sobre todo esto dinero para una camisa, ni sobre su ingenio! Y es gente que apénas se conoce de qué ley son, porque el nombre es de cristianos, las almas de herejes, los pensamientos de alarbes, y las palabras de gentiles.

—Si mucho me aguardo, dije entre mí, yo oiré algo que me pese.

Fuíme adelante, y dejélos con deseo de llegar adonde estaban los que no supieron pedir á Dios. ¡Oh qué muestras de dolor tan grandes hacían! ¡Oh qué sollozos tan lastimosos! Todos tenían las lenguas condenadas á perpetua cárcel, y poseídos del silencio. Tal martirio, en voces ásperas de un demonio, recibian por los oídos:

—¡Oh corvas almas inclinadas al suelo, que con oracion logrera y ruego mercader y comprador os atrevistes á Dios y le pedistes cosas que de vergüenza de que otro hombre las oyese aguardábades á coger solos los retablos! ¿Pues cómo? ¿Más respeto tuvisteis á los mortales que al Señor de todos? Quién os ve en un rincón, medrosos de ser oidos, pedir murmurando sin dar licencia á las palabras que se saliesen de los dientes cerrados de ofensas: Señor, muera mi padre, y acabe yo de suceder en su hacienda; lleváos á vuestro reino ámi mayor hermano, y aseguradme á mí el mayorazgo; halle yo una mina debajo de mis pies; el rey se incline á favorecerme, y véame yo cargado de sus favores; y ved (dijo) á lo que llegó una desvergüenza que osastes decir: y haced esto, que si lo hacéis, yo os prometo de casar dos huérfanas, de vestir seis pobres, y de daros frontales. ¡Qué ceguedad de hombres, prometer dádivas al que pedís, con ser la suma riqueza! Pedistes á Dios por merced lo que él suele dar por castigo; y si os lo da, os pesa de haberlo tenido cuando morís; y si no os lo da, cuando vivís; y así de puro necios siempre teneis quejas. Y si llegáis á ser ricos por votos, decidme ¿cuáles cumplís? ¿Qué tempestad no llena de promesas los santos? Y ¿qué bonanza tras ella no los torna á desnudar, con olvido de toques de campanas? ¿Qué de preseas ha ofrecido á los altares la espantosa cara del golfo? ¿Y qué de las ha muerto y quitado de los mismos templos el puerto? Nacen vuestros ofrecimientos de necesidad, y no de devocion. ¿Pedisteis alguna vez á Dios paz en el alma, aumento de gracia, favores suyos ó inspiraciones? Nó, por cierto; ni aun sabéis para qué son menester estas cosas ni lo que son. Ignoráis que el holocausto, sacrificio y oblacion que Dios recibe de vosotros, es de la pura conciencia, humilde espíritu, caridad ardiente; y esto acompañado con lágrimas es moneda, que aun Dios (si puede) es cudicioso en nosotros. Dios, hombres, por vuestro bien gusta que os acordéis dél; y como (si no es en los trabajos) no os acordais, por eso os da trabajos, porque tengáis dél memoria. Considerad vosotros, necios demandadores, cuán brevemente se os acabaron las cosas que importunos pedisteis á Dios. ¡Qué presto os dejaron; y cómo ingratos no os fuéron compañía en el postrer paso! ¿Veis cómo vuestros hijos aun no gastan de vuestras haciendas un real en obras pias, diciendo que no es posible que vosotros gustéis dellas, porque si gustárades, en vida hiciérades algunas? Y pedís tales cosas á Dios, que muchas veces por castigo de la desvergüenza con que las pedís os las concede. Y bien, como suma sabiduría, conoció el peligro que teneis en saber pedir, pues lo primero que os enseñó en el Pater noster fué pedirle; pero pocos entendeis aquellas palabras donde Dios enseñó el lenguaje con que habéis de tratar con él. Quisieron responderme, mas no les daban lugar las mordazas.

Yo, que vi que no habian de hablar palabra, pasé adelante, donde estaban juntos los ensalmadores ardiéndose vivos, y los saludadores también condenados por embustidores. Dijo un diablo:

—Veislos aquí á estos tratantes en santiguaduras, mercaderes de cruces, que embelesaron el mundo y quisieron hacer creer que podia tener cosa buena un hablador. Gente es esta ensalmadora que jamás hubo nadie que se quejase dellos: porque si les sanan ántes, se lo agradecen; y si los matan, no se pueden quejar, y -siempre les agradecen lo que hacen, y dan contento; porque si sanan, el enfermo los regala; y si matan, el heredero les agradece el trabajo. Si curan con agua y trapos la herida que sanara por virtud de naturaleza, dicen que es por ciertas palabras virtuosas que les enseñó un judío. ¡Mirad qué buen origen de palabras virtuosas! Y si se enfistola, empeora y muere, dicen que llegó su hora, y el badajo que se la dió y todo. ¡Pues qué es de oír á estos las mentiras que cuentan de uno que tenia las tripas fuera en la mano en tal parte, y otro que estaba pasado por las ijadas? Y lo que más me espanta es que siempre he medido la distancia de sus curas, y siempre las hicieron cuarenta ó cincuenta leguas de allí, estando en servicio de un señor que há ya trece años que murió, porque no se averigüe tan presto la mentira, y por la mayor parte estos tales que curan con agua enferman ellos por vino. Al fin, estos son por los que se dijo: Hurtan que es bendición, porque con la bendición hurtan, tras ser siempre gente ignorante. Y he notado que casi todos los ensalmos están llenos de solecismos; y no sé qué virtud se tenga el solecismo por lo cual se pueda hacer nada. Al fin, vaya do fuere, ellos están acá algunos; que otros hay buenos hombres que como amigos de Dios alcanzan dél la salud para los que curan; que la sombra de sus amigos suele dar vida. Pero para ver buena gente mirad los saludadores, que también dicen que tienen virtud.

Ellos se agraviaron, y dijeron que era verdad que la tienen. Y á esto respondió un diablo:

—¿Cómo es posible que por ningún camino se halle virtud en gente que anda siempre soplando?

—Alto, dijo un demonio, que me he enojado; vayan al cuartel de los porquerones que viven de lo mismo. Fueron, aunque á su pesar; y yo abajé otra grada por ver los que Judas me dijo que eran peores que él, y topé en una alcoba muy grande una gente desatinada, que los diablos confesaban que ni los entendían ni se podian averiguar con ellos. Eran astrólogos y alquimistas. Estos andaban llenos de hornos y crisoles, de lodos, de minerales, de escorias, de cuernos, de estiércol, de sangre humana, de polvos y de alambiques. Aquí calcinaban, allí lavaban, allí apartaban, y acullá purificaban. Cuál estaba fijando el mercurio al martillo, y habiendo resuelto la materia viscosa, y ahuyentado la parte sutil, lo corruptivo del fuego, en llegándose á la copela, se le iba en humo. Otros disputaban si se habia de dar fuego de mecha, ó si el fuego ó no fuego de Raimundo habia de entenderse de la cal ó si de luz efectiva del calor, y no de calor efectivo de fuego..Cuáles con el signo de Hermete daban principio á la obra magna, y en otra parte miraban ya el negro blanco, y le aguardaban colorado; y juntando á esto la proporcion de naturaleza, con naturalezas se contenta la naturaleza, y con ella misma se ayuda, y los demás oráculos ciegos suyos,—esperaban la reducción de la primera materia, y al cabo reducían su sangre á la postrera podre; y en lugar de hacer del estiércol, cabellos, sangre humana, cuernos y escoria oro, hacian del oro estiércol, gastándolo neciamente. ¡Oh qué de voces que oí sobre el padre muerto ha resucitado y tornarlo á matar! ¡Y qué bravas las daban sobre entender aquellas palabras tan referidas de todos los autores químicos: ¡Oh! Gracias sean dadas á Dios, que de la cosa más vil del mundo permite hacer una cosa tan rica. Sobre cuál era la cosa más vil se ardían. Uno decia que ya la habia hallado; y si la piedra filosofal se habia de hacer de la cosa más vil, era fuerza hacerse de corchetes. Y los cocieran y distilaran, si no dijera otro que tenian mucha parte de aire para poder hacer la piedra; que no habia de tener materiales tan vaporosos. Y así se resolvieron que la cosa más vil del mundo eran los sastres, pues cada punto se condenaban, y que era gente más enjuta.

Cerraran con ellos, si no dijera un diablo:

—;Quereis saber cuál es la cosa más vil? Los alquimistas; y así porque se haga la piedra es menester quemaros á todos. Diéronles fuego, y ardian casi de buena gana solo por ver la piedra filosofal.

Al otro lado no era menos la trulla de astrólogos y supersticiosos. Un quiromántico iba tomando las manos á todos los otros que se habian condenado, diciendo:

—¡Qué claro que se ve que se habian de condenar estos por el monte de Saturno! Otro que estaba á gatas con un compás midiendo alturas y notando estrellas, cercado de efemérides y tablas, se levantó y dijo en altas voces:

—Vive Dios que si me pariera mi madre medio minuto antes, que me salvo; porque Saturno en aquel punto mudaba el aspecto, y Marte se pasaba á la casa de la vida, el escorpion perdía su malicia, y yo como di en procurador fui pobre mendigo. Otro tras él andaba diciendo á los diablos que le mortificaban que mirasen bien si era verdad que él habia muerto; que no podia ser, á causa que tenia Júpiter por ascendente, y á Vénus en la casa de la vida, sin aspecto ninguno malo, y que era fuerza que viviese noventa años.

—Miren, decia, que les notifico que miren bien si soy difunto, porque por mi cuenta es imposible que pueda ser esto. En esto iba y venía sin poderlo nadie sacar de aquí.

Y para enmendar la locura destos salió otro geométrico poniéndose en puntos con las ciencias, haciendo sus doce casas gobernadas por el impulso de la mano y rayas á imitación de los dedos, con supersticiosas palabras y oracion; y luego, despues de sumados sus pares y nones, sacando juez y testigos, comenzaba á querer probar cual era el astrólogo más cierto; y si dijera puntual acertara, pues es su ciencia de punto como calza sin ningún fundamento, aunque pese á Pedro de Abano, que era uno de los que allí estaban, acompañando á Cornelio Agripa (que con un alma ardia en cuatro cuerpos de sus obras malditas y descomulgadas), famoso hechicero. Tras este vi con su poligrafía y esteganografía á Trithemio, que así llaman al autor de aquellas obras escandalosas, muy enojado con ardano, que estaba enfrente, porque dijo mal dél solo y supo ser mayor mentiroso en sus libros de Subtilitate, por hechizos de viejas que en ellos juntó. Julio César Scalígero se estaba atormentando por otro lado en sus Ejercitaciones, miéntras pensaba las desvergonzadas mentiras que escribió de Homero y los testimonios que le levantó por levantar á Virgilio aras, hecho idólatra de Marón. Estaba riéndose de sí mismo Artefio con su mágica, haciendo las tablillas para entender el lenguaje de las aves; y Checol de Ascoli muy triste y pelándose las barbas, porque tras tanto experimento disparatado no podía hallar nuevas necedades que escribir. Teofrasto Paracelso estaba quejándose del tiempo que habia gastado en la alquimia, pero contento en haber escrito medicina y mágica, que nadie la entendía, y haber llenado las imprentas de pullas á vuelta de muy agudas cosas. Y detrás de todos estaba Hubequer el pordiosero, vestido de los andrajos de cuantos escribieron mentiras y desvergüenzas, hechizos y supersticiones, hechos su libro un Ginebra de moros, gentiles y cristianos. Allí estaba el secreto autor de la Clavicula Salomouis, y el que le imputó los sueños. ¡Oh cómo se abrasaba burlado de vanas y necias oraciones el hereje que hizo el libro Adversus omnia pericula mundi! ¡Qué bien ardia el Catan y las obras de Ráces! Estaba Taysnerio con su libro de fisonomías y manos, penando por los hombres que habia vuelto locos con sus disparates; y reíase sabiendo el bellaco que las fisonomías no se pueden sacar ciertas de particulares rostros de hombres que, ó por miedo ó por no poder, no muestran sus inclinaciones, y las reprimen; sino solo de rostros y caras de príncipes y señores sin superior, en quien las inclinaciones no respetan nada para mostrarse. Estaba luego un triste autor con sus rostros y manos, y los brutos concertando por las caras la similitud de las costumbres. A Escoto el italiano vi allá, no por hechicero y mágico, sino por mentiroso y embustero. Habia otra gran copia, y aguardaban sin duda mucha gente, porque, habia grandes campos vacíos. Y nadie estaba con justicia entre todos estos autores presos por hechiceros sino fuéron unas mujeres hermosas, porque sus caras lo fuéron solas en el mundo. ¡Oh verdaderos hechizos! Que las damas solo son veneno de la vida, que perturbando las potencias y ofendiendo los órganos á la vista, son causa de que la voluntad quiera por lo bueno lo que ofendidas las especies representan. Viendo este dije entre mí: Ya me parece que vamos llegándonos al cuartel de esta gente.

Díme priesa á llegar allá, y al fin asomóme á parte donde sin favor particular del cielo no se podia decir lo que habia. A la puerta estaba la Justicia espantosa, y en la segunda entrada el Vicio desvergonzado y soberbio, la Malicia ingrata é ignorante, la Incredulidad resoluta y ciega, y la Inobediencia bestial y desbocada. Estaba la Blasfemia insolente y tirana llena de sangre, ladrando por cien bocas y vertiendo veneno por todas, con los ojos armados de llamas ardientes. Grande horror me dió el umbral. Entré y vi á la puerta la gran suma de herejes ántes de nacer Cristo. Estaban los ofiteos, que se llaman así en griego de la serpiente que engañó á Eva, la cual veneraron á causa de que supiésemos del bien y del mal. Los cainanos, que alabaron á Caín porque, como decian, siendo hijo del mal, pre valeció su mayor fuerza contra Abel. Los sethianos, de Seth. Estaba Dositheo ardiendo como un horno, el cual creyó que se habia de vivir solo segun la carne; y no creia la resurrección, privándose á sí mismo (ignorante más que todas las bestias) de un bien tan grande; pues cuando fuera así que fuéramos solos animales como los otros, para morir consolados habiamos de fingirnos eternidad á nosotros mismos. Y así llama Lucano en boca ajena á los que no creen la inmortalidad del alma: felices errore suo, dichosos con su error, si eso fuera así que murieran las almas con los cuerpos. ¡Malditos! dije yo: siguiérase que el animal del mundo á quien Dios dió ménos discurso es el hombre, pues entiende al revés lo que más importa, esperando inmortalidad; y seguirse hia, que á la más noble criatura dió ménos conocimiento y crió para mayor miseria la naturaleza, que Dios nó; pues quien sigue esa opinion no lo fie. Estaba luego Saddoc, autor de los sadduceos. Los fariseos estaban aguardando al Mesías, no como Dios, sino como hombre. Estaban los heliognósticos devictiacos, adoradores del sol; pero los más graciosos son los que veneran las ranas, que fuéron plaga á Faraón por ser azote de Dios. Estaban los musoritos haciendo ratonera al arca á puro ratón de oro. Estaban los que adoraron la Mosca accaronita; Ozías el que quiso pedir á una mosca antes salud que á Dios, por lo cual Elias le castigó. Estaban los troglodytas, los de la fortuna del cielo, los de Baal, los de Asthar, los del ídolo Moloch, y Kenfan de la ara de Tofet, los puteoritas, herejes veraniscos de pozos, los de la serpiente de metal, y entre todos sonaba la baraúnda y el llanto de las judías, que debajo de tierra en las cuevas lloraban á Thamur en su simulacro. Seguían los baalitas, luego la Pitonisa arremangada, y detrás los de Asthar y Astharot, y al fin los que aguardaban á Heródes, y desto se llaman herodianos. Y hube á todos estos por locos y mentecatos. Mas llegué luego á los herejes que habia despues de Cristo: allí vi á muchos, como Menandro y Simón Mago, su maestro. Estaba Saturnino inventando disparates. Estaba el maldito Basílides heresiarca. Estaba Nicolás antioqueno, Carpócrates y Cerintho, y el infame Ebion. Vino luego Valentino, el que dió por principio de todo el mar y el silencio. Menandro el mozo de Samaría decia que él era el Salvador, y que habia caido del cielo; y por imitarlo decia detrás dél Montano frigio que él era el Parácleto. Síguenle las desdichadas Priscilla y Maximilla heresiarcas. Llamáronse sus secuaces catafríges, y llegaron á tanta locura, que decían que en ellos y no en los Apóstoles vino el Espíritu Santo. Estaba Nepos, obispo, en quien fué coroza la mitra, afirmando que los santos habian de reinar con Cristo en la tierra mil años en lascivias y regalos. Venía luego Sabino, prelado hereje arriano, el que en el concilio Niceno llamó idiotas á los que no seguían á Arrio. Despues en miserable lugar estaban ardiendo por sentencia de Clemente, pontífice máximo que sucedió á Benedicto, los templarios, primero santos en Jerusalen, y luego de puro ricos, idólatras y deshonestos. ¡Y qué fué ver á Guillermo, el hipócrita de Anvers...., prefiriendo las rameras á las honestas, y la fornicación á la castidad! A los pies de este yacia Bárbara, mujer del emperador Sigismundo, llamando necias á las vírgenes, habiendo hartas. Ella (bárbara como su nombre) servia de emperatriz á los diablos; y no estando harta de delitos ni aun cansada (que en esto quiso llevar ventaja á Mesalina), decia que moría el alma y el cuerpo, y otras cosas bien dignas de su nombre.

Fui pasando por estos, y llegué á una parte donde estaba uno solo arrinconado y muy sucio, con un zancajo ménos y un chirlo por la cara, lleno de cencerros, y ardiendo y blasfemando.

—¿Quién eres tú, le pregunté, que entre tantos malos eres el peor?

—Yo, dijo él, soy Mahoma, y decíaselo el tallecillo, la cuchillada y los dijes de arriero.

—Tú eres, dije yo, el más mal hombre que ha habido en el mundo y el que más almas ha traído acá.

—Todo lo estoy pasando, dijo, miéntras los malaventurados de africanos adoran el zancarrón ó zancajo que aquí me falta.

—Picaron, dije, ¿por qué vedaste el vino á los tuyos? Y me respondió:

—Porque si tras las borracheras que les dejé en mi Alcorán les permitiera las del vino, todos fueran borrachos.

—Y el tocino ¿por qué se lo vedaste, perro esclavo, descendiente de Agar?

—Eso hice por no hacer agravio al vino, que lo fuera comer torreznos y beber agua, aunque yo vino y tocino gastaba. Y quise tan mal á los que creyeron en mí, que acá los quité la gloria, y allá los pemiles y las botas. Y últimamente, mandé que no defendiesen mi ley por razón, porque ninguna hay ni para obedecella ni sustentalla; remitísela á las armas y metilos en ruido para toda la vida. Y el seguirme tanta gente no es en virtud de milagros, sino solo en virtud de darles la ley á medida de sus apetitos, dándoles mujeres para mudar, y por extraordinario deshonestidades tan feas como las quisiesen, y con esto me seguían todos. Pero no se remató en mí todo el daño: tiende por ahí los ojos, y verás qué honrada gente topas.

Volvíme á un lado, y vi todos los herejes de ahora, y topé con Maniqueo. ¡Oh qué vi de calvinistas arañando á Calvino! Y entre estos estaba el principal Josefa Scalígero, por tener su punta de ateista y ser tan blasfemo, deslenguado y vano y sin juicio. Al cabo estaba el maldito. Lutero con su capilla y sus mujeres, hinchado como un sapo y blasfemando, y Melanchthon comiéndose las manos tras sus herejías. Estaba el renegado Beza, maestro de Ginebra, leyendo, sentado en cátedra de pestilencia; y allí lloré viendo el Enrico Estétano. Preguntóle no sé qué de la lengua griega, y estaba tal la suya, que no pudo responderme sino con bramidos. Espántome, Enrico, de que supieses nada. ¿De qué te aprovecharon tus letras y agudezas? Más le dijera si no me enterneciera la desventurada figura en que estaba el miserable penando. Estaba ahorcado de un pié Helio Eobano Hesso, célebre poeta, competidor de Melanchthon. ¡Oh cómo lloré mirando su gesto torpe con heridas y golpes, y afeados con llamas sus ojos!

Díme prisa á salir deste cercado, y pasé á una galería, donde estaba Lucifer cercado dé diablas, que también hay hembras como machos. No entré dentro, porque no me atreví á sufrir su aspecto disforme: solo diré que tal galería tan bien ordenada no se ha visto en el mundo, porque toda estaba colgada de emperadores y reyes vivos como acá muertos. Allá vi toda la casa otomana, los de Roma por su orden. Vi graciosísimas figuras: hilando á Sardanápalo; glotoneando á Eliogábalo, á Sapor emparentando con el sol y las estrellas. Viriato andaba á palos tras los romanos, Atila revolvía el mundo, Belisario ciego acusaba á los atenienses.

Llegó á mí el portero y me dijo:

—Lucifer manda que porque tengáis qué contar en el otro mundo que veáis su camarin. Entré allá; era un aposento curioso y lleno de buenas joyas: tenia cosa de seis ó siete mil condenados y otros tantos alguaciles manidos.

—¿Aquí estáis? dije yo: ¿cómo diablos os habia de hallar en el infierno si estábades aquí? Habia pipotes de médicos y muchísimos coronistas, lindas piezas, aduladores de molde y con licencia. Y en las cuatro esquinas, estaban ardiendo por hachas cuatro malos pesquisidores. Y todas las poyatas (que son los estantes) llenas de vírgenes rociadas, doncellas penadas como tazas, y dijo el demonio:

—Doncellas son que se vinieron al infierno con las doncelleces fiambres, y por cosa rara se guardan. Seguíanse luego demandadores haciendo labor con diferentes sayos; y de las ánimas habia muchos, porque piden para sí mismos y consumen ellos con vino cuanto les dan. Habia madres postizas, y trastenderas de sus sobrinas, y suegras de sus nueras, por mascarones alrededor. Estaba en una peaña Sebastian Gertel, general en lo de Alemaña contra el emperador, tras haber sido alabardero suyo.

No acabara yo de contar lo que vi en el camino si lo hubiera de decir todo. Salíme fuera, y quedé como espantado repitiendo conmigo estas cosas. Solo pido á quien las leyere, las lea de suerte que el crédito que les diere le sea provechoso para no experimentar ni ver estos lugares; certificando al lector que no pretendo en ello ningún escándalo ni reprensión sino de los vicios, pues decir de los que están en el infierno no puede tocar á los buenos. Acabé este discurso en el Fresno á postrero de abril de 1608, en 28 de mi edad.

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