EL CAPITÁN TORMENTA

Veinticuatro horas antes de que ciento cincuenta mil turcos bajo las órdenes de un célebre general –el visir Mustafá, –asediaran a Famagusta, un joven guerrero que semejaba un niño, seguido de un árabe de fiera apariencia, entraba en la ciudad.

Escasos días antes Nicosia, la segunda ciudad en importancia de la isla, había sido conquistada al asalto y las huestes otomanas pasaban a cuchillo a todos sus habitantes, sin perdonar la vida más que a las jóvenes hermosas a las que destinaban a los harenes de Constantinopla. Ni siquiera las criaturas se salvaron del enloquecimiento feroz de los seguidores de Mahoma.

¿Quién era aquel joven a quien una galera italiana tuvo el tiempo justo de desembarcar, dándose a la huida al instante ante la aproximación de trescientas cincuenta naves turcas?

¿Era un bravo ansioso de gloria y resuelto a morir combatiendo por la cruz frente a la aborrecida Media Luna, y a quien el destino había llevado hasta aquel lugar que a no tardar iba a ser escenario de un terrible y bárbaro espectáculo?

No. Se trataba de una bella joven, admirada en Nápoles no sólo a causa de su hermosura, sino por su maestría en el manejo de las armas, hija del duque de Éboli, célebre espadachín, asesinado por sus enemigos –diez contra él a un tiempo –en la calle de Toledo. Era novia de un noble francés, el señor de Le Hussière, famoso capitán que servía a la República de Venecia, y marchó a Chipre y Candía con sus galeras de Alí Bajá y hubo de entregarse por último. Los mahometanos no le dieron muerte ante la perspectiva de un buen rescate, así como por tratarse de un francés, ya que Francia y Turquía mantenían muy buenas relaciones.

A partir de entonces nadie pudo saber lo que le había ocurrido.

Por esta razón la joven duquesa abandonó Nápoles, dispuesta a encontrarle y a rescatarle costara lo que costara. Se embarcó en una galera de Malta, que eran las únicas en aquel tiempo que se atrevían a adentrarse en aquel peligroso mar, frecuentado día y noche por los navíos turcos siempre en busca de cristianos, y desembarcó en Chipre, tal como hemos indicado, en compañía de un árabe que su padre adquirió en Moka en calidad de esclavo y que adoraba a su joven ama extraordinariamente, estando siempre presto a sacrificar su vida por ella.

Disfrazada de hombre y siempre combatiendo en vanguardia al igual que los más hábiles y valerosos capitanes, nadie pudo sospechar que era una mujer, pese a la hermosura y delicadeza de sus rasgos, con excepción de un aventurero polaco que estaba al servicio de los venecianos Como resultado de una disputa entre el de Polonia y la duquesa, con el fin de no enfrentarse entre sí, resolvieron combatir uno tras otro con un joven y altivo turco que cada día avanzaba hasta el pie de los muros para retar a singular duelo a los capitanes cristianos. Por sus hazañas, arrojo y arrogancia se le llamaba el León de Damasco y era hijo del bajá de aquella región asiática.

Con gran asombro por parte de todos, ya que el polaco era un consumado espadachín, Muley-el-Kadel le derrotó, dejándole muy malherido. Pero el capitán Tormenta, para ser más exactos, la duquesa de Éboli, debía sorprender a atacantes y atacados al herir breves

minutos más tarde al León de Damasco en notable combate.

En lugar de guardar rencor al cristiano por esta derrota, el joven turco conservó gran aprecio hacia su vencedor y, cuando ya conquistada Famagusta, la duquesa se había escondido en una casamata, decidió salvarla, defendiéndola contra la ferocidad sanguinaria de los jenízaros.

El esclavo árabe, al verle tan resuelto, no dudó en confesarle que el célebre capitán no era sino una mujer, e informado así mismo del motivo de su viaje, pronto se enteró de que el novio de la duquesa, capturado por Alí Bajá, se encontraba en poder de su sobrina Haradja, en el castillo de Hussif.

Sin advertirlo, Muley-el-Kadel se había enamorado ya de la joven cristiana, que junto a tan extraordinaria belleza unía tanto valor y que con tal maestría sabía usar las armas.

Pero como en Hussif era conocido en exceso por la castellana, ya que Alí Bajá se la prometió como primera mujer en cuanto acabara la guerra, no vaciló en recomendar a la duquesa, y haciéndola embarcar en una galeota, cuya tripulación se componía de renegados griegos, con su servidor árabe, un teniente veneciano salvado a la vez que ella y escoltado por un leal esclavo del León, dejó marchar a su amada. Ambos no dejaron de sentirse emocionados por aquella separación.

Haradja acogió muy favorablemente al capitán Tormenta y se sintió admirada por su valentía y habilidad al ver que vencía a Metiub, y se enamoró de ella. El vizconde francés se encontraba en aquel lugar, aunque medio muerto, ya que destinado con otros cautivos a la pesca de sanguijuelas, había perdido excesiva sangre.

Por ultimo logro huir con su novio. Sin embargo, poco más tarde el capitán polaco, que había renegado de su religión y era ya musulmán, llegaba al castillo de Hussif e informaba a Haradja respecto a que su huésped no era sino una mujer. La sobrina del bajá se encolerizó, la hizo perseguir y, al fin, tras numerosos incidentes y luchas, de prender fuego los griegos a la galera y buscar refugio en tierra con la duquesa, de mantener un terrible asedio en una casita de la costa donde se ocultaron y de haber muerto combatiendo el árabe de la duquesa de Éboli, el aventurero polaco, el teniente veneciano y el vizconde de Le Hussière, y heridos Metiub y el denominado capitán Tormenta, el León de Damasco llegó en el momento preciso para salvarla, gracias al aviso de su esclavo. Digna hazaña de valientes

Cuando ya la duquesa se había curado, un turco llego un día llevando a Muley un pequeño cofre de ébano «de parte del sultán», el cofrecito contenía un cordón de negra seda, era una muda orden de suicidarse. El salvar a la cristiana le había hecho caer en desgracia.

– ¿Qué os ocurre, Muley? –inquirió ella al ver que palidecía.

–Fijaos, señora –respondió, él, enseñándole el fatídico cordón.

La duquesa conocía aquella norma y amaba desde tiempo atrás al caballero turco.

Lanzó un grito de espanto.

–Y tú, Muley –preguntó, tuteándole sin advertirlo, – ¿piensas acatar esta orden?

El guerrero hizo un gesto decidido con la cabeza.

–La vida es demasiado agradable junto a ti para que yo la cumpla. Reniego de la religión de mis padres y me convierto a la tuya. Llévame contigo a Italia, Leonor. A partir de este instante soy cristiano, y ya sabes cómo te amo.

Los esponsales se celebraron con gran solemnidad en el palacio de Loredán, en Venecia, y de aquel matrimonio nació un hijo, al que llamaron Enzo. Ya hemos comprobado que el rencor de Haradja los perseguía y que había raptado a la criatura –

aunque no consiguió hacerlos morir bajo el puñal de sus sicarios, –así como que el pequeño se hallaba en la galera del Gran Almirante.

El anuncio de la inminente guerra hizo que los duques se trasladasen a Candía, con el objeto de vender a cualquier precio las extensas posesiones de los Éboli en la isla. Por desgracia, sin que hubieran podido ultimar la operación, e inopinadamente, los mahometanos cayeron sobre aquel territorio de Venecia con trescientas naves y cien mil guerreros, los cuales no tardaron en apoderarse de Canea y cercar estrechamente a la capital.

Y tras haber dado estas explicaciones, proseguiremos nuestra narración.

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