Fábula XIX. El Elefante, el Toro, el Asno y los demás animales.

Los mansos y los fieros animales,

Á que se remediasen ciertos males,

Desde los bosques llegan,

Y en la rasa campaña se congregan.

Desde la más pelada y alta roca

Un Asno trompetero los convoca.

El concurso ya junto,

Instruído también en el asunto,

(Pues á todos por Júpiter previno

Con cédula ante diem el Pollino)

Imponiendo silencio el Elefante,

Así dijo:—Señores, es constante

En todo el vasto mundo

Que yo soy en lo fuerte sin segundo:

Los árboles arranco con la mano,

Venzo al León, y es llano

Que un golpe de mi cuerpo en la muralla

Abre sin duda brecha. Á la batalla

Llevo todo un castillo guarnecido;

En la paz y en la guerra soy tenido

Por un bruto invencible,

No sólo por mi fuerza irresistible,

Por mi gordo coleto y grave masa,

Que hace temblar la tierra donde pasa.

Mas, señores, con todo lo que cuento,

Sólo de vegetales me alimento;

Y como á nadie daño, soy querido,

Mucho más respetado que temido.

Aprended pues de mí, crueles fieras,

Las que hacéis profesión de carniceras,

Y no hagáis, por comer, atroces muertes,

Puesto que no seréis ni menos fuertes,

Ni menos respetadas,

Sino muy estimadas

De grandes y pequeños animales,

Viviendo como yo de vegetales.—

Gran pensamiento, dicen, gran discurso;

Y nadie se le opone del concurso.

Habló después un Toro de Jarama:

Escarba el polvo, cabecea, brama.

—Vengan, dice, los Lobos y los Osos,

Si son tan poderosos,

Y en el circo verán con qué donaire

Les haré que volteen por el aire.

¡Qué! ¿son menos gallardos y valientes

Mis cuernos que sus garras y sus dientes?

Pues ¿por qué los villanos carniceros

Han de comer mis Vacas y Terneros?

Y si no se contentan

Con las hojas y hierbas que alimentan

En los bosques y prados

Á los más generosos y esforzados,

Que muerdan de mis cuernos al instante,

Ó si no de la trompa al Elefante.—

La asamblea aprobó cuanto decía

El Toro con razón y valentía.

Seguíase á los dos en el asiento,

Por falta de buen orden, el Jumento,

Y con rubor expuso sus razones.

—Los Milanos, prorrumpe, y los Halcones

(No ofendo á los presentes, ni quisiera),

Sin esperar tampoco á que me muera,

Hallan para sus uñas y su pico

Estuche entre los lomos del Borrico.

Ellos querrán ahora, como bobos,

Comer la hierba los señores Lobos.

Nada menos: aprendan los malditos

De las Chochaperdices ó Chorlitos,

Que, sin hacer á los Jumentos guerra,

Envainan sus picotes en la tierra:

Y viva todo el mundo santamente,

Sin picar ni morder en lo viviente.—

—¡Necedad, disparate, impertinencia!

Gritaba aquí y allí la concurrencia:

¡Haya silencio, claman, haya modo!

Alborótase todo:

Crece la confusión, la grita crece;

Por más que el Elefante se enfurece,

Se deshizo en desorden la asamblea.

Á Dios, gran pensamiento: á Dios idea.

—Señores animales, yo pregunto,

¿Habló el asno tan mal en el asunto?

¿Discurrieron tal vez con más acierto

El Elefante y Toro? No por cierto.

¿Pues por qué solamente al buen Pollino

Le gritan:—Disparate, desatino?—

Porque nadie en razones se paraba,

Sino en la calidad de quien hablaba.

—Pues, amigo Elefante, no te asombres:

Por la misma razón entre los hombres

Se desprecia una idea ventajosa.

¡Qué preocupación tan peligrosa!

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