Los mansos y los fieros animales,
Á que se remediasen ciertos males,
Desde los bosques llegan,
Y en la rasa campaña se congregan.
Desde la más pelada y alta roca
Un Asno trompetero los convoca.
El concurso ya junto,
Instruído también en el asunto,
(Pues á todos por Júpiter previno
Con cédula ante diem el Pollino)
Imponiendo silencio el Elefante,
Así dijo:—Señores, es constante
En todo el vasto mundo
Que yo soy en lo fuerte sin segundo:
Los árboles arranco con la mano,
Venzo al León, y es llano
Que un golpe de mi cuerpo en la muralla
Abre sin duda brecha. Á la batalla
Llevo todo un castillo guarnecido;
En la paz y en la guerra soy tenido
Por un bruto invencible,
No sólo por mi fuerza irresistible,
Por mi gordo coleto y grave masa,
Que hace temblar la tierra donde pasa.
Mas, señores, con todo lo que cuento,
Sólo de vegetales me alimento;
Y como á nadie daño, soy querido,
Mucho más respetado que temido.
Aprended pues de mí, crueles fieras,
Las que hacéis profesión de carniceras,
Y no hagáis, por comer, atroces muertes,
Puesto que no seréis ni menos fuertes,
Ni menos respetadas,
Sino muy estimadas
De grandes y pequeños animales,
Viviendo como yo de vegetales.—
Gran pensamiento, dicen, gran discurso;
Y nadie se le opone del concurso.
Habló después un Toro de Jarama:
Escarba el polvo, cabecea, brama.
—Vengan, dice, los Lobos y los Osos,
Si son tan poderosos,
Y en el circo verán con qué donaire
Les haré que volteen por el aire.
¡Qué! ¿son menos gallardos y valientes
Mis cuernos que sus garras y sus dientes?
Pues ¿por qué los villanos carniceros
Han de comer mis Vacas y Terneros?
Y si no se contentan
Con las hojas y hierbas que alimentan
En los bosques y prados
Á los más generosos y esforzados,
Que muerdan de mis cuernos al instante,
Ó si no de la trompa al Elefante.—
La asamblea aprobó cuanto decía
El Toro con razón y valentía.
Seguíase á los dos en el asiento,
Por falta de buen orden, el Jumento,
Y con rubor expuso sus razones.
—Los Milanos, prorrumpe, y los Halcones
(No ofendo á los presentes, ni quisiera),
Sin esperar tampoco á que me muera,
Hallan para sus uñas y su pico
Estuche entre los lomos del Borrico.
Ellos querrán ahora, como bobos,
Comer la hierba los señores Lobos.
Nada menos: aprendan los malditos
De las Chochaperdices ó Chorlitos,
Que, sin hacer á los Jumentos guerra,
Envainan sus picotes en la tierra:
Y viva todo el mundo santamente,
Sin picar ni morder en lo viviente.—
—¡Necedad, disparate, impertinencia!
Gritaba aquí y allí la concurrencia:
¡Haya silencio, claman, haya modo!
Alborótase todo:
Crece la confusión, la grita crece;
Por más que el Elefante se enfurece,
Se deshizo en desorden la asamblea.
Á Dios, gran pensamiento: á Dios idea.
—Señores animales, yo pregunto,
¿Habló el asno tan mal en el asunto?
¿Discurrieron tal vez con más acierto
El Elefante y Toro? No por cierto.
¿Pues por qué solamente al buen Pollino
Le gritan:—Disparate, desatino?—
Porque nadie en razones se paraba,
Sino en la calidad de quien hablaba.
—Pues, amigo Elefante, no te asombres:
Por la misma razón entre los hombres
Se desprecia una idea ventajosa.
¡Qué preocupación tan peligrosa!