Fábula XXV. El Lobo y el Perro.

En busca de alimento

Iba un Lobo muy flaco y muy hambriento.

Encontró con un Perro tan relleno,

Tan lucio, sano y bueno,

Que le dijo:—Yo extraño

Que estés de tan buen año,

Como se deja ver por tu semblante;

Cuando á mí, más pujante,

Más osado y sagaz, mi triste suerte

Me tiene hecho retrato de la muerte.

El Perro respondió:—Sin duda alguna

Lograrás, si tú quieres, mi fortuna.

Deja el bosque y el prado,

Retírate á poblado;

Servirás de portero

Á un rico caballero,

Sin otro afán ni más ocupaciones

Que defender la casa de ladrones.

—Acepto desde luego tu partido

Que para mucho más estoy curtido.

Así me libraré de la fatiga,

Á que el hambre me obliga,

De andar por montes sendereando peñas,

Trepando riscos y rompiendo breñas,

Sufriendo de los tiempos los rigores,

Lluvias, nieves, escarchas y calores.—

Á paso diligente

Marchaban juntos amigablemente,

Tratando varios puntos de confianza

Pertenecientes á llenar la panza.

En esto el Lobo por algún recelo,

Que comenzó á turbarle su consuelo,

Mirando al Perro dijo:—He reparado

Que tienes el pescuezo algo pelado.

Díme, ¿qué es eso?—Nada.

—Dímelo por tu vida, camarada.—

No es más que la señal de la cadena;

Pero no me da pena,

Pues, aunque por inquieto,

Á ella estoy sujeto,

Me sueltan cuando comen mis señores.

Recíbenme á sus pies de mil amores:

Ya me tiran el pan, ya la tajada,

Y todo aquello que les desagrada:

Éste lo mal asado,

Aquél un hueso poco descarnado;

Y aun un glotón que todo se lo traga,

A lo menos me halaga,

Pasándome lo mano por el lomo;

Yo meneo la cola, callo y como.

—Todo eso es bueno, yo te lo confieso;

Pero por fin y postre tú estás preso,

Jamás sales de casa,

No puedes ver lo que en el pueblo pasa.

¿Es así? pues, amigo,

La amada libertad que yo consigo,

No he de trocarla de manera alguna

Por tu abundante y próspera fortuna.

Marcha, marcha á vivir encarcelado;

No serás envidiado

De quien pasea el campo libremente,

Aunque tú comas tan glotonamente,

Pan, tajadas y huesos, porque al cabo

No hay bocado en sazón para un esclavo.